LA ESPIRITUALIDAD A LO LARGO DE LA VIDA

 


No es lo mismo juventud que inexperiencia, aunque típicamente al joven le falte la experiencia de toda una vida, de la cual comienza a ser plenamente consciente y responsable, precisamente, desde su juventud.

No entremos en el callejón sin salida en el que a veces se ve el mercado laboral (causa de la desesperación de muchos): al joven que se incorpora al mercado laboral le piden experiencia los empresarios que reciben su currículum, pero él carece de ella, justo porque es joven y acaba de terminar su formación; y, en cambio, puede aportar toda la frescura y juventud de la que otros miembros de dicho mercado laboral carecen ya.

Así como a las personas de cierta edad (podríamos adjetivarlas de maduras o adultas, pero no ancianas) se les pide juventud en el mismo mercado laboral (una vez que se ven despojadas del trabajo y van en busca de otro nuevo) y eso es precisamente lo que ya les falta: no tienen juventud, la tuvieron a su tiempo pero ya no; lo que tienen ahora y pueden aportar es su experiencia, muchas veces larguísima experiencia, en su especialidad o en su campo.

Así que, si por ejemplo se les ocurriera a los actores del mercado laboral intercambiar las peticiones (entre personas jóvenes y maduras) este podría desarrollarse con facilidad y alcanzar buenas cotas de vitalidad: los jóvenes aportarían juventud, frescura, impulso, novedad… y los adultos aportarían experiencia, sabiduría, prudencia, conocimiento de causa… Los maduros ayudarían a enseñar a los jóvenes (escuela de aprendices) y estos adquirían rápidamente experiencia aprendiendo de aquellos.

De un modo parecido puede ocurrir en el ámbito de la espiritualidad  el joven no es un inexperto y ya está (¿qué sentido tendría llamar las JMJ como Jornadas Mundiales de la Inexperiencia?, sería ridículo y risible, pero muchos en las Iglesias piensan que los jóvenes son simplemente inexpertos y deben estar calladitos, escuchando a las personas de cierta edad, los maduros, que son los que verdaderamente saben y pueden aportar algo a la comunidad).

El joven, pues, no es un inexperto de lo espiritual, sino que está dotado para vivir la espiritualidad tanto o más que el niño, la persona madura o la anciana: es capaz de Dios (capax Dei, que nos remite a la espiritualidad patrística) independientemente de su edad y especialmente en su juventud, aportando todo lo específico de su condición, de su estado como joven y de sus inquietudes; algo distinto es que no sepa cómo emplear y desarrollar tal capacidad y de ahí que necesite ayuda y algún guía.

¿Qué hubiera hecho la Iglesia de Dios sin las inquietudes de los santos en su juventud, de sus ganas de convertirse, de entregarse a Dios, de consagrarse a una actividad concreta, inspirada por el Espíritu Santo en un nuevo carisma para toda la Iglesia o en un antiguo carisma luego renovado?.
Necesitamos a los jóvenes; los jóvenes necesitan de los demás; no les dejemos como pasto de publicidades engañosas y trabajemos por una espiritualidad adapta a ellos y a sus necesidades. Juventud, divino tesoro…

CIPE

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