QUE NO SE ME ACOSTUMBRE EL CORAZÓN

 

Esta semana han fallecido 480 personas en el Mediterráneo, 480 jóvenes que lo único que hacían era soñar con una vida mejor. Cuando escuchaba la noticia, solo me salía repetir una y otra vez el Padre Nuestro, repetir la oración que me recuerda que todos somos hermanos… y me surgía la certeza de pedirle a Dios que no se me acostumbre el corazón, que nunca deje de dolerme el ver tanta injusticia en nuestro mundo. Dejemos de hacer política y empecemos a vivir nuestra fe, empecemos a hablar de humanidad, propongamos una sociedad que no deje que lo intolerable, lo inhumano, se permita y se vea como normal.

Que no se nos acostumbre el corazón, porque como cristianos creemos que nuestra fe sin obras está muerta (Sant 2, 14), porque nuestra fe se vive en la caridad y amor que tenemos con los demás (Gal 5, 6), con los más pobres y necesitados del mundo (Mt 25). Jesús ha venido a traer vida en abundancia (Jn 10, 10), dejemos de poner excusas y empecemos a comprometernos con todo el dolor que existe en el mundo. No se trata de hacer política, sino de descubrir cómo «el amor es mirar al otro, no para servirse de él, sino para servirle» (san Juan Pablo II), porque «Dios bendice al que es generoso y al que comparte sus bienes con los pobres» (Prov 22, 9).

Ojalá diariamente nos atrevamos a recordar cómo «el amor al prójimo es un camino para encontrar a Dios, y cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios» (Benedicto XVI). Por eso Señor, quiero pedirte que no se me acostumbre el corazón, porque «no me resigno a que cuando yo muera, siga el mundo como si yo no hubiera vivido» (Padre Arrupe).

No hay comentarios:

Publicar un comentario