APRENDE A MIRAR CON LA LUZ DE LA ESPERANZA
¿PRIVATIZACIÓN U OCULTAMIENTO DE LA FE?
LA VIDA NO ES ALUCINANTE
No llegar a fin de mes no es alucinante, pero ocurre, ni pasar hambre, ni es brutal la enfermedad, ni la muerte (tan presentes estos días). Tampoco flipas al no encontrar tu lugar en el mundo, o tener que tomar decisiones que te implican.
La visión creyente de la vida pasa no por el optimismo ingenuo, sino por el realismo y la confianza. Jesús, en su Evangelio, no invita a ser geniales o a ser maravillosos. El Evangelio invita a arremangarse, flexionar las rodillas y llevar la carga. Liviana, sí, pero no fácil y maravillosa. Y, especialmente, invita a hacer menos pesada la carga de los demás.
La vida no es alucinante, casi nunca. La vida, especialmente el estilo de vida cristiano, tiene más de serenidad, compromiso y pasión por los demás. Feliz, sí. Pero no al modo de anuncio de Amstel, sino al de Isa Solá, Ignacio Ellacuría, Kike Figaredo. Eso es pasión.
VIAJAR O NO VIAJAR ... ESA ES LA CUESTIÓN
QUIERO UN AMOR QUE HABLE DE TI
Me gustaría vivir en un amor que sea profundo, que crezca con todo, incluso con los fracasos, los malos humores y los días que pasan sin más. Un amor que tenga una de cal y una de arena o, si se prefiere, una de alegría y una de cruz. Un amor de duración y no de sustitución. Un amor de todos los días, que se alimente de la conversación profunda sobre las cosas de la vida que más importan. Un amor que ponga las cosas fáciles.
Quiero un amor que sea más que un sentimiento. Quiero que sea una decisión que no dependa del fuego de la pasión inicial, sino que mire a la historia vivida y compartida, celebrando los aciertos y aprendiendo de los errores. Un amor que se reconfigura y se adapta a las siempre cambiantes circunstancias de la vida, sin perder la esencia ni olvidar los motivos. Se trata de un amor que tiene sentido, pero que a la vez es pasión y entrega.
Sueño con un amor sin seguro ni cerrojo, donde cada día se viva con la pasión del que sabe que puede ser el último y que, precisamente gracias a eso, no trate de custodiar nada para sí. Un amor sin celo ni recelo, que se da, se parte y se reparte… como hiciste Tú, con tu cuerpo y tu sangre. No diré un amor sin miedo, pues eso es imposible… pero sí diré un amor con deseos y sueños mucho más grandes que el miedo. Un amor que elige libremente adentrarse hasta el final.
No busco un amor perfecto. Solo quiero un amor que hable de Ti y de tu Buena Noticia. Un amor que camine hacia Ti y te tenga presente en cada mirada, cada caricia e, incluso, cada reproche, pues Tú nos has regalado la alegría del amor y a Ti ha de regresar. Un amor que confíe, se ampare y se base en Ti.
LA COMUNIÓN ES DE LOS LIBRES
𝗖𝘂𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗹𝗮 𝗱𝘂𝗱𝗮 𝘁𝗲 𝘃𝗶𝘀𝗶𝘁𝗲, 𝗱𝗶𝗹𝗲 𝗾𝘂𝗲 𝗹𝗮 𝗳𝗲 𝗹𝗹𝗲𝗴ó 𝗽𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿𝗼.
Cuántas veces estamos viviendo un problema y nos surge el miedo, las dudas, la desconfianza; nos preguntamos: ¿Qué podemos hacer?
NUESTRA MIRADA
Creo que sufrimos más de la cuenta negando o intentando buscar en nosotros y en los seres queridos, y no tan queridos, una anhelada perfección que nunca llegará. Por eso, a menudo, podemos descubrirnos mirándonos a nosotros mismos desde una mirada exigente, crítica, dura. Una mirada impositiva que juzga y desprecia lo que somos. Y desde ahí no podemos ofrecer otra mirada hacia los demás que la misma que tenemos con nosotros mismos. Y esas miradas no construyen, asfixian, agobian y parece que nunca damos la talla, que nunca llegamos a lo que se espera de nosotros. Creo que todos tenemos experiencias de ese tipo de miradas y sabemos bien el efecto que produce en nosotros. Y también podemos encontrar ejemplos de esa mirada en el Evangelio. Se me ocurre la del fariseo a la pecadora pública (Lc 7, 36-50). Una mujer que, reconociendo ante Jesús lo que es su vida, recibe del fariseo una mirada de juicio y desprecio.
Sin embargo, qué distinta es esa otra mirada que es comprensiva, llena de ternura, de perdón y compasión ante nuestras miserias. Cómo nos sana cuando, reconociendo que hemos metido la pata, encontramos en el otro acogida incondicional. Seguro que también tenemos experiencias en nuestra vida de este tipo de miradas y sabemos bien cómo nos ayudan a ser más humanos. Y la podemos encontrar también en el Evangelio. En el mismo pasaje que he citado antes, Jesús acoge a esta mujer desde su fragilidad, desde su miseria. Y ella se siente perdonada. Y de ese encuentro sale con mucha mayor capacidad para amar…”al que se le perdona poco, poco amor siente”.
Me parece que es muy sanador tener la valentía de reconocer nuestra condición limitada, débil, frágil. Hacer un repaso por nuestra vida y mirar esa realidad que no nos gusta de nosotros, que nos avergüenza. Reconocerla delante de esos ojos que sólo ofrecen perdón gratuito, acogida sin condiciones, aceptación sin límites. Creo que sólo desde ahí podremos llevar a este mundo un poco de ternura, de cariño, de comprensión. Sólo desde ahí nuestra mirada será más humana y más llena de amor con nosotros mismos y con los demás. Y sólo esa mirada es la única que nos revela la verdad de nuestra vida.
Quique Gómez-Puig, sj
EN MI DEBILIDAD
Soy débil. Somos débiles. Somos limitados, pecadores, limitadas, pecadoras. En todo tiempo tropezamos, chocamos con nuestros temores, depresiones, tristezas, achaques. Tropezamos y caemos. Caemos y deseamos no levantar sino más bien dormitar en el mortecino calor de la autocompasión, o yacer en el áspero colchón de la evasión.
¿Qué hacemos con nuestra debilidad? Quizá nuestra mayor debilidad sea no saber qué hacer con ella o, más aún, desesperar. Mal de muchos consuelo de tontos, dice el saber popular. Pero ¿por qué no aprovechar este consuelo? Es precisamente ese “todos somos débiles” la ventana que puede darnos algo de luz. Sí, mi ser débil puede ser la puerta de encuentro con el otro a través de muchas mediaciones: es mi pecado el que me lleva de la mano a perdonar, mi debilidad la que me ayuda comprender a otros, y mi pobreza la que me enseña a compartir. Pero no lo hacen automáticamente. Necesitamos antes un duro camino de aceptación de límites y una larga peregrinación junto con un Dios de la vida que seca nuestros sudores, cura nuestras ampollas, sostiene nuestro cayado y besa nuestras heridas.
Compartir la debilidad es también algo grande, algo que nos hace fuertes. El haber tenido la experiencia de una caída en lo hondo de mi miseria y tomar la decisión de comunicárselo a algún amigo fue motivo de un encuentro maravilloso, encuentro de debilidades en el que se manifestó esa fuerza del Señor capaz de mover montañas…
LA PRISIÓN DEL EMOTIVISMO
Hoy todo hay que sentirlo. Y sentirlo mucho. La fe, la cultura, el ocio, la política... Se decide en función del humor o la sensación de bienestar. Se reduce el amor a una emoción. Y se vota con el sentimiento (generalmente, cabreo y menos a menudo entusiasmo, aunque aún quedan fervorosos que han convertido la afiliación en devoción). Se opina con las vísceras. El criterio de verdad es «lo que a mí me parece». El argumento irrebatible para tomar decisiones es lo que el corazón te diga. La exageración es válida, y punto. Las reacciones desproporcionadas también lo son, si encajan en lo que uno quiere que sea el mundo. El análisis de los hechos no debe estropear un argumento emotivo. Del estímulo emocional a la declaración pública (en forma de tuit muy a menudo) no hay jornada de reflexión –de hecho, no hay ni medio minuto–. Cuanto más grueso el lenguaje más fácil es que genere crispación, enfado o júbilo. ¿Qué más da la realidad? ¿Qué más dan los problemas reales? ¿Qué más da el matiz? Solo la emoción. Pura y dura. Hoy no parece haber mucho más que eso. Pero la emoción nos hace manipulables, y por lo mismo, cautivos.
ESCUCHAR AL CORAZÓN
ATREVETE!!!
DICE DE NOSOTROS TANTO...
NO SIN AMOR
MIENTRAS HAYA LIBROS, HHABRÁ ESPERANZA
Porque en los libros se plasman sueños y decepciones, se comparte lo aprendido, lo sentido, lo equivocado, lo encontrado. Porque tal vez todos tengamos algo de islas. Pero si podemos compartir la palabra, la memoria, la historia, entonces tenemos mucha posibilidad de crecer, de continuar la obra creadora que un día se puso en nuestras manos. Imaginación, sabiduría, búsquedas… se van desplegando en las páginas de la gran biblioteca de la historia humana. Novelas o ensayos, ficciones o realidad, ciencia y especulación. En todo ello van volcando los seres humanos, sus anhelos más hondos, su ficción más atrevida y su verdad más desnuda.
El lector toma prestadas las palabras ajenas, y las convierte en propias. Entonces vuela, navega, se zambulle en otros universos. Gracias a los libros, podemos remar como un solo hombre, convertirnos en guardianes, poetas o prisioneros; podemos comprender que la patria cada uno la ve de maneras diferentes; resolvemos misterios; viajamos a la velocidad de la luz; vemos la cara más amable y también la más violenta del mundo; somos pacifistas o soldados, magos o frailes, vivimos en la corte del Rey Sol o construimos catedrales medievales. Viajamos por los desiertos, por las cumbres, por las calles de todas las ciudades. Creemos, y dudamos.
Pobre quien, con ignorancia sin culpa, alardea con un «a mí no me gusta leer». Porque, acaso sin saberlo, se le han cerrado las puertas de mil mundos que hubieran estado a su alcance.
Abre un libro. Zambúllete en sus páginas mientras dejas volar la imaginación. Completa, con tu talento, las escenas, los colores, los aromas, los rostros de los personajes. Y la palabra te hará fuerte.
LA GRACIA DE REÍRSE DE UNO MISMO
Uno de los consejos más entrañables que me dejó mi maestro de novicios sucedió cuando un día, después de una escena de esas típicas en las que uno queda completamente ridiculizado ante los demás me dijo con una gran sonrisa en su rostro: «Genaro, ¡aprende a reírte de ti mismo!». Me lo dijo de una manera tan espontánea y cariñosa que yo no pude sino acogerlo con el mismo cariño y no sólo acogerlo, sino tratar de digerirlo y no sólo digerirlo sino intentar vivirlo.
Y es que las relaciones humanas implican naturales simpatías y antipatías, negarlo sería una completa ingenuidad y casi una mentira. También la relación con nosotros mismos tiene sus propias sintonías e inevitables contrastes, pues hay cosas de nosotros que nos gustan y otras cosas que no y que, generalmente, saltan y salen a relucir en nuestras relaciones comunitarias. Es entonces cuando aprender a reírnos de nosotros mismos nos da un respiro porque nos libera, nos da ese toque auto irónico que nos permite salir airosos y afables de situaciones verdaderamente engorrosas que suelen sonrojarnos y despertar todas nuestras alarmas autodefensivas. Aprender a reírnos de nosotros mismos no equivale a autoanularnos o humillarnos inútilmente, no. Reírse de uno mismo coincide más con no tomarse tan enserio esa cosa tan dominante e invasora que se llama «yo», como ya lo diría alguna vez santo Tomás Moro; es tener buen sentido del humor, saberse reír de un chiste, tener una voz cantante que dirija una palabra amable, evitar el rostro refunfuñador y ofrecer a cambio una sonrisa sincera a los demás.
En mi experiencia, tengo por cierto que mis mejores maestros para aprender a reírme de mi mismo han sido mis mejores amigas y amigos, aquéllos más cercanos de quienes no tengo ninguna duda de que me quieren bien; por ello, me «critican» y se «burlan» de mí con genuino cariño. Esos amigos que nos ayudan a comprender una broma son un suspiro y una suave brisa que apacigua el reclamo de un ego mal herido y le ayuda a sanar suavemente con la risa y el buen humor. Sin duda, como alguna vez diría el papa Francisco «el sentido del humor es la actitud más humana y cercana a la gracia de Dios» entonces, como cualquier gracia, habrá que pedirla a diario al buen Dios para que nos conceda el buen humor, reírnos de nosotros mismos y también ayudar a que otros se rían de sí mismos. Esto sana, nos libera de poses y resentimientos y posibilita una comunión más auténtica.
ESO QUE NOS PASA DENTRO... TAL VEZ SEA DIOS
Muchas veces ni nos damos cuenta. No nos invade. No nos anula. Sencillamente se nos vuelve habitante, presencia, inspiración. Cuando sentimos la necesidad de algo más, que es Dios. Cuando el cansancio no se convierte en derrota, sino en parte del camino. Cuando nuestra imaginación es la puerta abierta a la creatividad. Cuando nuestro interior está poblado por los nombres de tantas personas a las que amamos, y sentimos que son compañeros en este viaje que es la vida, siempre presentes de muchas maneras, aun cuando ya no estén o puedan estar lejos. Si se nos estremece la entraña al percibir el dolor del otro, aunque no lo conozcamos, y lo sentimos prójimo. Cuando anhelamos que el futuro sea mejor, y comprendemos que nosotros somos también responsables en hacer que lo sea. Cuando tenemos la intuición profunda de que hay límites en la vida, y esos límites son lo que llamamos bien y mal. Cuando el sufrimiento nos toca, pero encontramos la fuerza para afrontarlo y seguir adelante. Cuando tenemos afán de conocer más: el mundo, al ser humano, la creación… Cuando nos atrevemos a perdonar y descubrimos que algo, muy dentro, empieza a sanar. Cuando nos atrevemos a pedir perdón y algo, muy dentro, también empieza a sanar. Cuando nos reímos con ganas, con humor, con afecto, sabiendo que no hay que hacer drama de lo que no lo es. Cuando la belleza nos hace sentir asombro. Cuando, por un instante, sabemos, sin ninguna duda, que estamos unidos a otros. Cuando lloramos por amor.
En todos esos destellos de humanidad están los reflejos del espíritu que se mueve en nosotros y que nos trae, a su modo, el latido de Dios.
RELATUVICEMOS!!!
¿Qué espíritu, cansado tras el duro trabajo del año, no se revitaliza ante la contemplación de un mar sereno y el suave murmullo de las olas del mar…?