MARÍA DE NAZARET

EVANGELIO DE SAN MATEO 25, 14-30

APRENDE A MIRAR CON LA LUZ DE LA ESPERANZA

 


1. DÉJATE SORPRENDER

“El porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar” (GS 31).

El ayer quedó atrás, hoy es otro día… Hoy tienes en tus manos nuevas oportunidades…

Mira el lado bueno de las cosas. Mira el mundo con confianza porque algo nuevo está brotando (cf Is 43,18-19).

Que las noches que caen sobre la humanidad no apaguen el viento fresco del Espíritu que el Dios de la Vida te regala en cada amanecer.

En tu corazón se teje una historia de esperanza siempre que no te aferras o añoras lo que ya pasó y confías en el nuevo día cargado de sorpresas.

Admírate porque Dios cada día te invita a participar de su misma vida, quiere abrir los manantiales retenidos en tu corazón.

Percibe cómo el Espíritu te propone la cultura de la verdad, del bien y de la belleza, fuentes inagotables de alegría verdadera.

Escucha en toda circunstancia el final anticipado de la historia: “Mirad que hago todo nuevo” (Ap 21,5).

2. EL GEMIDO DE LA ESPERANZA

Dios, prometiéndose, despierta tu esperanza, abre tu vida, rompe tus límites. “Aquello que me diste el otro día” te atrae con fuerza y te pone en camino.

La esperanza te hace pobre, te desviste de riquezas que ocupan tu corazón; te adentra en la novedad. “Claro está que este caminante no podría venir a nuevas tierras, ni saber más de lo que sabía antes, si no fuera por caminos nuevos nunca sabidos, y dejados los que sabía” (San Juan de la Cruz).

El Espíritu te enseña a vivir la esperanza: que se manifieste en plenitud lo que es ser hijo/a de Dios (cf Rom 8,23).

La esperanza cristiana es una actitud teologal, que por la confianza amorosa en Dios, siempre fiel, trae al presente atribulado la certeza de la salvación realizada ya en Jesucristo. (1 Tes 1,2).

La esperanza es como un gemido interior, como un anhelo de trascendencia, de vida divina, de agua viva.

La esperanza te hace escuchar y acoger los gemidos de todos los tiempos, la historia dolorosa de la humanidad, la esperanza de los sin esperanza, para saltar con ellos toda barrera; de este modo, el gesto esperanzado recorre todos los vericuetos de lo humano. Tanto el dolor, como la felicidad, los momentos de plenitud, como los de hundimiento y fracaso, pueden contener gérmenes de esperanza.

3. EL EVANGELIO DE LA ESPERANZA

El ser humano no puede vivir sin esperanza: su vida, condenada a la insignificancia, se convertiría en insoportable. Pero esta esperanza se ve debilitada cada día por muchas formas de sufrimiento, de angustia y de muerte que atraviesan el corazón de muchos hombres y mujeres. No podemos evitar hacernos cargo de este desafío. El Espíritu de Dios, que vence sobre toda desesperación, nos acompaña en esta tarea.

La esperanza es posible también hoy y es posible para todos. San Pedro escribió a los primeros cristianos: “No les tengáis ningún miedo ni os turbéis. Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Ped 3,14-15).

¡Tú, oh Señor, resucitado y vivo, eres la esperanza siempre nueva de la Iglesia y de la humanidad; eres la única y verdadera esperanza del ser humano y de la historia’ (Mensaje del Sínodo de los Obispos 22/X/99).

4. TU ESPERANZA TIENE UN NOMBRE: JESUCRISTO.

La esperanza es el estilo de vida de los que se enfrentan a la realidad “enraizados y edificados” en Jesucristo (cf Col 2,6). Mío es todo, “porque Cristo es mío y todo para mí… No te pongas en menos ni repares en migajas, sal fuera y gloríate en tu gloria” (San Juan de la Cruz).

“Jesucristo es el centro de la historia y del universo; él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y esperanza; él es la luz, el camino, la verdad, y la vida; él es el pan y la fuente de agua viva, que satisface nuestra hambre y nuestra sed” (Pablo VI).

“El Señor es nuestra esperanza” (Col 1,27). “Es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad… Nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por su presencia… Al encontrar a Cristo, todo hombre descubre el misterio de su propia vida” (Juan Pablo II).

5. EL DINAMISMO DE LA ESPERANZA

La esperanza no tiene nada que ver con la pasividad, ni con una cómoda resignación; por el contrario infunde en ti un dinamismo impresionante por alcanzar lo que la fe te ofrece.

La esperanza no es únicamente una cuestión de mirada, de ojos nuevos, sino también de manos nuevas y trabajo adecuado y eficaz. “La espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar la preocupación por perfeccionar esta tierra” (GS 39).

La esperanza te afirma incluso allí donde ronda el fracaso y las tendencias de los futurólogos sólo pronostican el derrumbe. Porque su posibilidad no radica en las experiencias óptimas de los triunfadores, sino en la promesa del Padre de nuestro Señor Jesucristo. “Milagro es que los hombres no renuncien a sus valores cuando el sueldo no les alcanza para dar de comer a su familia, milagro es que la persona se detenga ante el abismo del mal, milagro es que el amor permanezca y que todavía corran los ríos cuando hemos talado los árboles de la tierra” (Ernesto Sábato).

Cuando eres creativo/a se asoma la esperanza al mundo; cuando confías en el ser humano a pesar de todos los fracasos y decepciones; cuando defiendes la dignidad de la persona; cuando frente al individualismo, ofreces solidaridad, y frente a insensibilidad, misericordia. “Yo creo en las sorpresas del Espíritu Santo. ¿Quién se atrevería a decir que la imaginación y el amor de Dios se han agotado? Soy un hombre de esperanza, porque creo que el Espíritu Santo es siempre Espíritu Creador. Cada mañana da, al que lo sabe acoger, una libertad fresca y una nueva provisión de gozo y confianza” (Leo Jozef Suenens).

¿Qué signos de esperanza ves brotar en tu vida, en tu entorno, en el mundo?

ORA

Gracias, Señor, por el cosmos y su increíble sinfonía. Gracias, Señor, por cada mujer, ternura de Dios en el mundo. Gracias, Señor, por los que tienen siempre una palabra de aliento. Gracias, Señor, por los gestos de paz que hacen frente a la violencia. Gracias, Señor, por la cercanía siempre fresca de los amigos Gracias, Señor, por los débiles de la tierra y su contribución impagable a la esperanza. Gracias, Señor, por tantos gestos cotidianos de servicio y gratuidad. Gracias, Señor, por el milagro del agua y del pan, del abrazo y del beso.

Cipecar


EN TU REGAZO

EVANGELIO DE SAN MATEO

¿PRIVATIZACIÓN U OCULTAMIENTO DE LA FE?


El tiempo de verano, acá por Buenos Aires, significa para mí algo de descanso y de necesaria distensión, pasado entre momentos para una oración más gratuita, seres queridos, deporte y algunas películas también. Una tarde de paseo, recuerdo el eco insistente de una escena muy sencilla: uno de los personajes, en una producción típica de Hollywood, representando abiertamente –en la ficción– su condición de honesto católico creyente. «¿Por qué me habrá impactado tanto esa expresión?», pensaba yo sorprendido…


La sensación entremezcla desconcierto y admiración, confusión y esperanza, vivencia que voy vinculando a otras varias de la vida cotidiana: cuando veo un sticker de la Virgen en un auto o el brazo de un empleado tatuado con el Sagrado Corazón, cuando el más extraño me llama padre –en vez de «señor» como tantos otros– o cuando, desde mi ventana, descubro la infinidad de personas que al pasar por la puerta de la parroquia se persignan con la Señal de la Cruz.

De nuevo, ¿por qué tanto impacto de aquellas expresiones tan simples? Es que es tan doloroso el seguimiento de Jesús cuando pareciera que uno va a contramano de los demás, que encontrar reflejos de caminar en una dirección semejante regala una satisfacción desproporcionada.

No son tiempos en los que ser católico traiga mucha honra, socialmente hablando. Seguramente hay lugares y culturas más o menos hostiles, pero creo que muchos confirmarían esta moción. En un sentido, la dificultad de convivir en contextos en los que ya no sólo no se aprueba sino que se reprueba la fe cristiana, de modo más o menos agresivo, creo que nos puede pesar a la mayoría de los creyentes. Lo digo sin victimismos y con el mayor de los respetos a quienes sufren verdadera persecución por la fe, que no es el caso donde yo estoy, pero con sinceridad, también, de que esto resulta una carga. En otro sentido, encuentro yo la dificultad de un misterioso y excesivo «pudor confesional». ¿Como si la fe se hubiera «privatizado»? Como si rezar juntos, hablar de Dios o mostrarse católico viniera atravesado por una timidez avergonzada, incluso entre hermanos en la fe.

Descubro detrás de este respeto extremo una intención de no presionar al otro, de no fastidiar con un proselitismo que en otras épocas pudo haber forzado o atropellado con poca delicadeza los espíritus personales; incluso, en positivo, descubro un deseo de demostrar incondicionalidad en el amor, que uno no ama al otro por creer lo mismo sino por ser un hermano en la humanidad, porque el Dios que sigo es amor y amante de todos y de cada uno, y que esto a veces es el testimonio encarnado de un anuncio que no solo habla de amor sino que realiza de modo amable y amante.

Pero también, quiero admitirlo, a veces el respeto, la delicada pedagogía o la timidez cruzan a la orilla de la cobardía, y recomiendo con más pasión una hamburguesería que alguna manifestación hacia el amor de Dios. ¡Dios nos libre de estos puritanismos que ocultan lo mejor que tenemos para ofrecer! También nos siga librando Dios de atropellar con proselitismos, por cierto. Y aumente nuestra fe, mi fe, en que no estamos solos, en que el mensaje de Jesús transformó –salvó– de verdad infinidad de vidas y trae realmente una buena noticia para los corazones humanos. Que hay mucha buena gente creyendo y hay mucha gente queriendo creer, esperando compartir este seguimiento.

«¿Cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica?» (Rom 10, 14). Por aquellos valientes que me contaron tu Nombre, te alabo, Señor. Y porque muchos sigamos pronunciando tu Nombre, te lo ruego, Señor.

MI EQUIPAJE

EVANGELIO DE SAN MATEO 23,27-32

LA VIDA NO ES ALUCINANTE


 ¿Es siempre la vida genial?


No. No lo es. Y si lo fuera, daría igual. Ser alucinante, guay, magnífica o genial no es el objetivo de la vida. Si se entiende por alucinante algo que siempre impresiona, que siempre emociona o remueve, se puede ser absolutamente vehementes con la respuesta: la vida no es esto.

Estamos acostumbrados a que la imagen de vida perfecta a la que tenemos que aspirar es la de tener, la de disfrutar, reír, ser pasional en todo momento, beberse a sorbos la vida, o algo así. Flipar siempre y en todo momento; irse de vacaciones al Tíbet o a las Galápagos, pero todo el año, etc.

No es así. No puede ser así. Es materialmente imposible ser así. Y, sobre todo, es irreal. La vida tiene altibajos, momentos de euforia y pasión descontroladas, pero también muchos, ¡muchos!, ratos de dolor, de angustia, de preocupación… y también de entrega, de compromiso, de seriedad, de reflexión. Pero, sobre todo, creo que la vida es de quien la entrega en lo pequeño, lo cotidiano. La pasión, sí, pero la pasión serena.

No llegar a fin de mes no es alucinante, pero ocurre, ni pasar hambre, ni es brutal la enfermedad, ni la muerte (tan presentes estos días). Tampoco flipas al no encontrar tu lugar en el mundo, o tener que tomar decisiones que te implican. 

La visión creyente de la vida pasa no por el optimismo ingenuo, sino por el realismo y la confianza. Jesús, en su Evangelio, no invita a ser geniales o a ser maravillosos. El Evangelio invita a arremangarse, flexionar las rodillas y llevar la carga. Liviana, sí, pero no fácil y maravillosa. Y, especialmente, invita a hacer menos pesada la carga de los demás.

¿Es, entonces, la represión el camino del cristiano? ¿Un chaval joven no puede irse de viaje con sus amigos a Tailandia? ¿Es reprobable disfrutar de una tarde de piscina y cervezas con la familia? Nada de eso. Es necesario tener esos momentos. Pero eso no puede configurar una vida. Esa parte es la que da alas al agradecimiento por lo uno tiene, y raíces al compromiso por los que no lo tienen.

La vida no es siempre brutal. La vida es dura casi siempre y, en ocasiones, igualmente triste. Hay quienes lo tenemos más fácil y, por tanto, tenemos más responsabilidad; pero también quienes viven con falta de perspectivas (materiales o no). Esto no es pesimismo, es realismo. A los segundos, Jesús les dice que son sus preferidos: quienes sufren en el cuerpo o el espíritu, quienes padecen las injusticias o quienes no se sienten queridos; a los primeros, Jesús nos coge de la mano y nos lleva hasta ellos para ser caricia, compañía y calor.

La vida no es alucinante, casi nunca. La vida, especialmente el estilo de vida cristiano, tiene más de serenidad, compromiso y pasión por los demás. Feliz, sí. Pero no al modo de anuncio de Amstel, sino al de Isa Solá, Ignacio Ellacuría, Kike Figaredo. Eso es pasión.

SIENTO

EVANGELIO DE SAN MATEO 23, 1-12

VIAJAR O NO VIAJAR ... ESA ES LA CUESTIÓN

No cabe duda de que viajar ha dejado de ser un lujo y se ha convertido en una actividad asequible para cualquier bolsillo. Además, el contexto que nos rodea nos anima a la itinerancia: las redes sociales en las que competimos por mostrar al mundo nuestro entusiasmo viajero; el bombardeo constante de anuncios que nos prometen destinos turísticos antes inabordables que ahora son reales a módicos precios; las becas Erasmus, principio de tantos viajes posteriores en los que visitar a las amistades internacionales forjadas durante una experiencia en el extranjero…

Se ha instalado la idea de que viajar es sinónimo de felicidad y audacia, de que es algo positivo: viaja el sabio que exprime la vida; el que combate la rutina y exige que la novedad de lo desconocido le sorprenda; el culto que absorbe el arte y las tradiciones de otros lugares. El que no viaja, por el contrario, es infeliz, cobarde y pobre (aunque a veces sea más caro quedarse en casa que engancharse a una oferta). En definitiva, no se concibe que alguien prefiera disfrutar de lo cercano, de lo cotidiano, que dedique sus vacaciones a cuidar tranquilamente de su familia, a leer, a mimar su casa... Y ello porque hemos asumido que el que no nos machaque con fotos e historias en la vuelta al trabajo es un aburrido, que no tiene un duro (porque ¿quién, teniéndolo se quedaría sin viajar?); un paleto apocado que no quiere abrirse al mundo.

¿Es cierta esa dicotomía simplista en la que estamos insertos? Curiosamente, uno de los acontecimientos más importantes a la hora de determinar el paso del Paleolítico al Neolítico es la capacidad que el ser humano desarrolla para dejar de ser nómada y convertirse en sedentario. Tener motivos para quedarse y no huir es considerado por los historiadores un símbolo de progreso capaz de marcar el final de una época y el principio de otra que ya se parecerá más a la Edad Antigua que a la Prehistoria.

Viajar no es ni bueno ni malo, como tampoco lo es el progreso en sí mismo. La propia vida de Jesús estuvo marcada por episodios de sedentarismo y nomadismo. Nació mientras sus padres estaban de camino a Belén para censarse, lejos de su casa. Durante treinta años de vida oculta vivió con los suyos en Nazaret, y tras el bautismo fue enviado a predicar en un breve aunque muy intenso viaje de tres años que culminaría en Jerusalén. Es cierto que Jesús fue itinerante. Aunque no se hiciera selfies ni subiera stories a Instagram, seguro que Jesús descubrió muchas cosas que no conocía yendo de un lado a otro sin tener un lugar en el que reclinar la cabeza. Algunos días le gustaría eso de estar con gente nueva, no caer en la rutina, conocer sitios diferentes. Probablemente, hasta hiciera turismo. Otros, supongo que se cansaría y que anhelaría la tranquilidad y la familiaridad de su Nazaret.

Pero el viaje de Jesús tenía un sentido. Viajaba porque tenía un mensaje que transmitir, una misión que cumplir. Y tú, ¿por qué viajas? Y, si no lo haces ¿por qué te quedas en casa? Decide por ti, y no permitas que otros lo hagan en tu nombre.

 

AMARTE A TI, SEÑOR

EVANGELIO DE SAN MATEO 22, 34-40

QUIERO UN AMOR QUE HABLE DE TI


Quiero construirme un amor que sea sólido. Un amor que busque más el dar que el recibir. Un amor, a veces, de guerrilla y otras, de andar por casa. Un amor que hable el idioma de los que, en medio de sus ajetreadas vidas, piensan que siempre hay espacio para la ternura. Un amor que no se mira a sí mismo, sino que sale al encuentro, buscando llenar el corazón de muchos más nombres que el propio.

Me gustaría vivir en un amor que sea profundo, que crezca con todo, incluso con los fracasos, los malos humores y los días que pasan sin más. Un amor que tenga una de cal y una de arena o, si se prefiere, una de alegría y una de cruz. Un amor de duración y no de sustitución. Un amor de todos los días, que se alimente de la conversación profunda sobre las cosas de la vida que más importan. Un amor que ponga las cosas fáciles.

Quiero un amor que sea más que un sentimiento. Quiero que sea una decisión que no dependa del fuego de la pasión inicial, sino que mire a la historia vivida y compartida, celebrando los aciertos y aprendiendo de los errores. Un amor que se reconfigura y se adapta a las siempre cambiantes circunstancias de la vida, sin perder la esencia ni olvidar los motivos. Se trata de un amor que tiene sentido, pero que a la vez es pasión y entrega.

Sueño con un amor sin seguro ni cerrojo, donde cada día se viva con la pasión del que sabe que puede ser el último y que, precisamente gracias a eso, no trate de custodiar nada para sí. Un amor sin celo ni recelo, que se da, se parte y se reparte… como hiciste Tú, con tu cuerpo y tu sangre. No diré un amor sin miedo, pues eso es imposible… pero sí diré un amor con deseos y sueños mucho más grandes que el miedo. Un amor que elige libremente adentrarse hasta el final.

No busco un amor perfecto. Solo quiero un amor que hable de Ti y de tu Buena Noticia. Un amor que camine hacia Ti y te tenga presente en cada mirada, cada caricia e, incluso, cada reproche, pues Tú nos has regalado la alegría del amor y a Ti ha de regresar. Un amor que confíe, se ampare y se base en Ti.

EVANGELIO DE SAN MATEO 22, 1-14

LA COMUNIÓN ES DE LOS LIBRES

Dice un buen amigo que cada vez hay más palabras vacías de contenido, términos comunes que nos suenan bonitos, pero a los que les hemos ido arrancando su significado hasta vaciarlos. En el mundillo eclesial la palabra comunión avanza peligrosamente por este precipicio. «Hay que cuidar la comunión», «seamos Iglesia en comunión», «nuestra experiencia de comunión». Un bonito eslogan que sin embargo sabemos que no es fácil de vivir y que en muchas ocasiones preferimos dejar en el cajón de las frases hechas en vez de atrevernos a ponerlo en práctica.

La comunión conlleva respetar el principio de la diferencia, y lo diferente solemos percibirlo como una amenaza. Por eso, preferimos buscar alternativas a la comunión que nos permitan relativizar, o incluso evitar, la llamada a vivir en unidad con aquellos que son diferentes respetando su diferencia.

Una alternativa a la comunión es la mimetización, vivir una idílica comunión con aquellos que piensan, sientan y buscan lo mismo. En primer lugar, esto suele ser poco real, pues por naturaleza tendemos a la diferencia, pero aun cuando se da de forma real provoca un tremendo empobrecimiento. La pluralidad de los matices se reduce a una opción unívoca, empobrecida y muchas veces fácil de dirigir. La uniformidad, el pensamiento único y la negación de lo personal no solo no es comunión, sino que tampoco es cristiano.

La otra opción, más difícil de distinguir, es la simbiosis. Bajo el velo de la comunión se esconde con demasiada facilidad la búsqueda de intereses comunes. El otro y sus diferencias no son fuente de riqueza sino un mal tolerable para conseguir un bien mayor. Esta opción utilitaria lastra muchos de nuestros grupos laicales, parroquiales, congregaciones, presbiterios. Es lícito buscar el bien común, pero la Iglesia no es una empresa en busca de eficiencia. Cuando el interés se cuela como motor de las relaciones, el amor y la gratuidad van perdiéndose hasta desaparecer, y sin ellos no puede haber comunión.

Y es que la comunión no es solo un concepto teológico, un modelo eclesiológico o un acto sacramental, la comunión es parte de la opción de vida de los cristianos y muy significativamente en la identidad de algunas vocaciones, como la del presbítero diocesano. La comunión, bebiendo de la reflexión teológica sobre el misterio de comunión que es Dios mismo, es la opción de los libres, de los que están dispuestos a acoger al otro tal cual es, del que busca la unidad respetando la diferencia para así poder caminar juntos.

El testimonio de comunión (Hch 2, 42) ha sido siempre fuente de evangelización, cuidemos con nuestras decisiones individuales una verdadera comunión eclesial, que quienes miran a las comunidades no vean grupos cerrados, bandos, pactos o clones, sino la común unión de los que se aman libremente.

 

LUNES, 16 de agosto de 2021 «Maestro, ¿Qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?»


 

SIGUEME


 

𝗖𝘂𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗹𝗮 𝗱𝘂𝗱𝗮 𝘁𝗲 𝘃𝗶𝘀𝗶𝘁𝗲, 𝗱𝗶𝗹𝗲 𝗾𝘂𝗲 𝗹𝗮 𝗳𝗲 𝗹𝗹𝗲𝗴ó 𝗽𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿𝗼.

 



Cuántas veces estamos viviendo un problema y nos surge el miedo, las dudas, la desconfianza; nos preguntamos: ¿Qué podemos hacer?

Esta frase te dice que, cuando llegue ese momento de sufrimiento, la fe está ya en tu vida. La fe no es un remedio a un problema. La fe es un estilo de vida, lo cual te impregna todo tu día.
Todo es muy distinto si tuviéramos fe.
Por ello la fe no tiene que estar al final del camino, tiene que estar al principio, es la que nos tiene que acompañar en este peregrinar. Así todo será diferente.

MAGNIFICAT

EVANGELIO DE SAN MATEO 19, 13-15

NUESTRA MIRADA


“La perfección no existe” me decía el año pasado un amigo del trabajo. Y pienso que esa es una verdad de la condición humana. Pero, ¿La llegamos a aceptar en nosotros y en los demás? ¿Vivimos pacíficamente nuestras limitaciones, nuestros defectos morales, psicológicos y físicos? ¿Y los de los demás? 

Creo que sufrimos más de la cuenta negando o intentando buscar en nosotros y en los seres queridos, y no tan queridos, una anhelada perfección que nunca llegará. Por eso, a menudo, podemos descubrirnos mirándonos a nosotros mismos desde una mirada exigente, crítica, dura. Una mirada impositiva que juzga y desprecia lo que somos. Y desde ahí no podemos ofrecer otra mirada hacia los demás que la misma que tenemos con nosotros mismos. Y esas miradas no construyen, asfixian, agobian y parece que nunca damos la talla, que nunca llegamos a lo que se espera de nosotros. Creo que todos tenemos experiencias de ese tipo de miradas y sabemos bien el efecto que produce en nosotros. Y también podemos encontrar ejemplos de esa mirada en el Evangelio. Se me ocurre la del fariseo a la pecadora pública (Lc 7, 36-50). Una mujer que, reconociendo ante Jesús lo que es su vida, recibe del fariseo una mirada de juicio y desprecio.

Sin embargo, qué distinta es esa otra mirada que es comprensiva, llena de ternura, de perdón y compasión ante nuestras miserias. Cómo nos sana cuando, reconociendo que hemos metido la pata, encontramos en el otro acogida incondicional. Seguro que también tenemos experiencias en nuestra vida de este tipo de miradas y sabemos bien cómo nos ayudan a ser más humanos. Y la podemos encontrar también en el Evangelio. En el mismo pasaje que he citado antes, Jesús acoge a esta mujer desde su fragilidad, desde su miseria. Y ella se siente perdonada. Y de ese encuentro sale con mucha mayor capacidad para amar…”al que se le perdona poco, poco amor siente”.

Me parece que es muy sanador tener la valentía de reconocer nuestra condición limitada, débil, frágil. Hacer un repaso por nuestra vida y mirar esa realidad que no nos gusta de nosotros, que nos avergüenza. Reconocerla delante de esos ojos que sólo ofrecen perdón gratuito, acogida sin condiciones, aceptación sin límites. Creo que sólo desde ahí podremos llevar a este mundo un poco de ternura, de cariño, de comprensión. Sólo desde ahí nuestra mirada será más humana y más llena de amor con nosotros mismos y con los demás. Y sólo esa mirada es la única que nos revela la verdad de nuestra vida.

Quique Gómez-Puig, sj



CON LAS MANOS LLENAS DE VIDA

EVANGELIO DE SAN MATEO 19, 3-12

EN MI DEBILIDAD

Soy débil. Somos débiles. Somos limitados, pecadores, limitadas, pecadoras. En todo tiempo tropezamos, chocamos con nuestros temores, depresiones, tristezas, achaques. Tropezamos y caemos. Caemos y deseamos no levantar sino más bien dormitar en el mortecino calor de la autocompasión, o yacer en el áspero colchón de la evasión.

¿Qué hacemos con nuestra debilidad? Quizá nuestra mayor debilidad sea no saber qué hacer con ella o, más aún, desesperar. Mal de muchos consuelo de tontos, dice el saber popular. Pero ¿por qué no aprovechar este consuelo? Es precisamente ese “todos somos débiles” la ventana que puede darnos algo de luz. Sí, mi ser débil puede ser la puerta de encuentro con el otro a través de muchas mediaciones: es mi pecado el que me lleva de la mano a perdonar, mi debilidad la que me ayuda comprender a otros, y mi pobreza la que me enseña a compartir. Pero no lo hacen automáticamente. Necesitamos antes un duro camino de aceptación de límites y una larga peregrinación junto con un Dios de la vida que seca nuestros sudores, cura nuestras ampollas, sostiene nuestro cayado y besa nuestras heridas.

 Compartir la debilidad es también algo grande, algo que nos hace fuertes. El haber tenido la experiencia de una caída en lo hondo de mi miseria y tomar la decisión de comunicárselo a algún amigo fue motivo de un encuentro maravilloso, encuentro de debilidades en el que se manifestó esa fuerza del Señor capaz de mover montañas…

 

TU MISERICORDIA

EVANGELIO DE MATEO 18, 21-19,1

LA PRISIÓN DEL EMOTIVISMO

Hoy todo hay que sentirlo. Y sentirlo mucho. La fe, la cultura, el ocio, la política... Se decide en función del humor o la sensación de bienestar. Se reduce el amor a una emoción. Y se vota con el sentimiento (generalmente, cabreo y menos a menudo entusiasmo, aunque aún quedan fervorosos que han convertido la afiliación en devoción). Se opina con las vísceras. El criterio de verdad es «lo que a mí me parece». El argumento irrebatible para tomar decisiones es lo que el corazón te diga. La exageración es válida, y punto. Las reacciones desproporcionadas también lo son, si encajan en lo que uno quiere que sea el mundo. El análisis de los hechos no debe estropear un argumento emotivo. Del estímulo emocional a la declaración pública (en forma de tuit muy a menudo) no hay jornada de reflexión –de hecho, no hay ni medio minuto–. Cuanto más grueso el lenguaje más fácil es que genere crispación, enfado o júbilo. ¿Qué más da la realidad? ¿Qué más dan los problemas reales? ¿Qué más da el matiz? Solo la emoción. Pura y dura. Hoy no parece haber mucho más que eso. Pero la emoción nos hace manipulables, y por lo mismo, cautivos.

 

ÁLEGRATE

EVANGELIO DE SAN MATEO 17, 14-20

MIENTRAS HAYA LIBROS, HHABRÁ ESPERANZA

Porque en los libros se plasman sueños y decepciones, se comparte lo aprendido, lo sentido, lo equivocado, lo encontrado. Porque tal vez todos tengamos algo de islas. Pero si podemos compartir la palabra, la memoria, la historia, entonces tenemos mucha posibilidad de crecer, de continuar la obra creadora que un día se puso en nuestras manos. Imaginación, sabiduría, búsquedas… se van desplegando en las páginas de la gran biblioteca de la historia humana. Novelas o ensayos, ficciones o realidad, ciencia y especulación. En todo ello van volcando los seres humanos, sus anhelos más hondos, su ficción más atrevida y su verdad más desnuda.

El lector toma prestadas las palabras ajenas, y las convierte en propias. Entonces vuela, navega, se zambulle en otros universos. Gracias a los libros, podemos remar como un solo hombre, convertirnos en guardianes, poetas o prisioneros; podemos comprender que la patria cada uno la ve de maneras diferentes; resolvemos misterios; viajamos a la velocidad de la luz; vemos la cara más amable y también la más violenta del mundo; somos pacifistas o soldados, magos o frailes, vivimos en la corte del Rey Sol o construimos catedrales medievales. Viajamos por los desiertos, por las cumbres, por las calles de todas las ciudades. Creemos, y dudamos.

Pobre quien, con ignorancia sin culpa, alardea con un «a mí no me gusta leer». Porque, acaso sin saberlo, se le han cerrado las puertas de mil mundos que hubieran estado a su alcance.

Abre un libro. Zambúllete en sus páginas mientras dejas volar la imaginación. Completa, con tu talento, las escenas, los colores, los aromas, los rostros de los personajes. Y la palabra te hará fuerte.

 

SOLO POR AMOR

EVANGELIO DE SAN MARCOS 9, 2-10

LA GRACIA DE REÍRSE DE UNO MISMO

Uno de los consejos más entrañables que me dejó mi maestro de novicios sucedió cuando un día, después de una escena de esas típicas en las que uno queda completamente ridiculizado ante los demás me dijo con una gran sonrisa en su rostro: «Genaro, ¡aprende a reírte de ti mismo!». Me lo dijo de una manera tan espontánea y cariñosa que yo no pude sino acogerlo con el mismo cariño y no sólo acogerlo, sino tratar de digerirlo y no sólo digerirlo sino intentar vivirlo.

Y es que las relaciones humanas implican naturales simpatías y antipatías, negarlo sería una completa ingenuidad y casi una mentira. También la relación con nosotros mismos tiene sus propias sintonías e inevitables contrastes, pues hay cosas de nosotros que nos gustan y otras cosas que no y que, generalmente, saltan y salen a relucir en nuestras relaciones comunitarias. Es entonces cuando aprender a reírnos de nosotros mismos nos da un respiro porque nos libera, nos da ese toque auto irónico que nos permite salir airosos y afables de situaciones verdaderamente engorrosas que suelen sonrojarnos y despertar todas nuestras alarmas autodefensivas. Aprender a reírnos de nosotros mismos no equivale a autoanularnos o humillarnos inútilmente, no. Reírse de uno mismo coincide más con no tomarse tan enserio esa cosa tan dominante e invasora que se llama «yo», como ya lo diría alguna vez santo Tomás Moro; es tener buen sentido del humor, saberse reír de un chiste, tener una voz cantante que dirija una palabra amable, evitar el rostro refunfuñador y ofrecer a cambio una sonrisa sincera a los demás.

En mi experiencia, tengo por cierto que mis mejores maestros para aprender a reírme de mi mismo han sido mis mejores amigas y amigos, aquéllos más cercanos de quienes no tengo ninguna duda de que me quieren bien; por ello, me «critican» y se «burlan» de mí con genuino cariño. Esos amigos que nos ayudan a comprender una broma son un suspiro y una suave brisa que apacigua el reclamo de un ego mal herido y le ayuda a sanar suavemente con la risa y el buen humor. Sin duda, como alguna vez diría el papa Francisco «el sentido del humor es la actitud más humana y cercana a la gracia de Dios» entonces, como cualquier gracia, habrá que pedirla a diario al buen Dios para que nos conceda el buen humor, reírnos de nosotros mismos y también ayudar a que otros se rían de sí mismos. Esto sana, nos libera de poses y resentimientos y posibilita una comunión más auténtica.

 

ENTRA EN MI VIDA

EVANGELIO DE SAN MATEO 16, 13-23

ESO QUE NOS PASA DENTRO... TAL VEZ SEA DIOS

Muchas veces ni nos damos cuenta. No nos invade. No nos anula. Sencillamente se nos vuelve habitante, presencia, inspiración. Cuando sentimos la necesidad de algo más, que es Dios. Cuando el cansancio no se convierte en derrota, sino en parte del camino. Cuando nuestra imaginación es la puerta abierta a la creatividad. Cuando nuestro interior está poblado por los nombres de tantas personas a las que amamos, y sentimos que son compañeros en este viaje que es la vida, siempre presentes de muchas maneras, aun cuando ya no estén o puedan estar lejos. Si se nos estremece la entraña al percibir el dolor del otro, aunque no lo conozcamos, y lo sentimos prójimo. Cuando anhelamos que el futuro sea mejor, y comprendemos que nosotros somos también responsables en hacer que lo sea. Cuando tenemos la intuición profunda de que hay límites en la vida, y esos límites son lo que llamamos bien y mal. Cuando el sufrimiento nos toca, pero encontramos la fuerza para afrontarlo y seguir adelante. Cuando tenemos afán de conocer más: el mundo, al ser humano, la creación… Cuando nos atrevemos a perdonar y descubrimos que algo, muy dentro, empieza a sanar. Cuando nos atrevemos a pedir perdón y algo, muy dentro, también empieza a sanar. Cuando nos reímos con ganas, con humor, con afecto, sabiendo que no hay que hacer drama de lo que no lo es. Cuando la belleza nos hace sentir asombro. Cuando, por un instante, sabemos, sin ninguna duda, que estamos unidos a otros. Cuando lloramos por amor.

En todos esos destellos de humanidad están los reflejos del espíritu que se mueve en nosotros y que nos trae, a su modo, el latido de Dios.