LOS INCOHERENTES

Hace unos días se volvió noticia y carne de titulares una contradicción flagrante entre los asistentes a la cumbre del clima de Glasgow: la cantidad de ellos que llegaron en aviones privados, con la carga contaminante que tienen. Seguro que hay en el escándalo mucho de amarillista, y es posible que cuando leas esto, la actualidad haya desplazado ya esa polémica, que es de consumo rápido. Después de todo, son jefes de Estado, viajan así, probablemente entre los altos mandatarios no se estila lo de «compartimos jet»... Seguro que hay quien dice que protestar por esto es lo del chocolate del loro (recortes insignificantes cuando hacen falta medidas radicales). Y quien, en el otro extremo, pone el grito en el cielo y poco menos que atribuye a esos viajes en avión un grado extra en el calentamiento global de la atmósfera. Ni tanto ni tan poco.

En todo caso, ¿por qué es significativa la contradicción, ya no solo como gesto de cara a la galería, sino también por lo que nos permite comprender? Porque refleja una de las caras más complejas del problema del cuidado de la casa común. Y es que, junto a las grandes medidas relacionadas con la industria y la explotación del medio ambiente, tienen mucha importancia las decisiones y pautas de consumo individuales. Una decisión individual no supone diferencia. Cientos de millones de decisiones sostenidas en el tiempo, convertidas en hábitos, tal vez empiecen a ayudar. Pero no terminamos de creer que sea posible el paso de unos pocos concienciados a esos millones de ciudadanos comprometidos. Llaman la atención –pero no suscitan imitación– las personas que hacen cruzada de determinadas formas de consumo: no producir residuos, no usar plásticos, resistir al excesivo embalaje de los productos, control de gasto energético, etc. Al final seguimos sin creer que esto sirva para algo. O sin creer que sea posible vivir de ese modo en las condiciones de la vida moderna.

Por una parte, están los negacionistas climáticos, que o bien niegan el cambio, o niegan que este dependa de la actividad humana, pese a la multiplicación de informes y datos que apuntan en esa dirección.

Por otra, están quienes, sin negarlo, señalan que hay otros problemas más urgentes como para perder el tiempo en veleidades ecológicas. Ahí hay una falacia, porque no son incompatibles ambas luchas: la medioambiental y la social (de hecho, Laudato Si´, la encíclica de Francisco, pone el dedo en esa llaga al señalar la vinculación entre los males de la casa común y la pobreza).

Por último, estamos muchos que somos, sencillamente, incoherentes. El episodio de los aviones en Glasgow es un espejo en que mirarse. Porque es fácil señalar a esos líderes globales como contaminadores globales, y protestar por su insensibilidad. Pero probablemente muchos de nosotros actuamos exactamente igual (sin avión privado, porque no da la renta para ello). Actuamos igual con nuestros hábitos de consumo, transporte, alimentación, gasto energético, sensibilidad, conservación...

Los gritos de alerta, las preocupaciones, los escenarios apocalípticos, las distopías, cada vez están más presentes. Y cada vez más nos vamos encontrando con que la realidad empieza a parecerse a alguno de esos escenarios. Pero no terminamos de tomarlo en serio, saber qué hacer, o de creerlo posible. Y por eso, seguirá habiendo aviones privados para llegar a las cumbres del clima.

 

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