POR EL QUE TIENES DELANTE

Hoy en día, ningún gesto pasa desapercibido bajo la atenta mirada de cinco mil millones de espectadores –aproximadamente el número de gente que utiliza internet–, en demasiadas ocasiones acompañados de un juicio perverso, dicho sea de paso. Sin querer caer en la trampa de prejuzgar los gestos ajenos, siento que de vez en cuando los cristianos debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Qué transmiten mis gestos? ¿Cómo trato yo al que tengo delante? ¿Cómo reacciono cuando me pueden el cansancio, la pena o la dificultad? En esos momentos donde es complicado mantener la compostura o nos cuesta tratar al otro como realmente merece.

Podría parecer que los cristianos estamos llamados al estoicismo, a esa capacidad de controlar nuestras emociones y sentimientos ante la adversidad; pero nuestra llamada, aunque termina con el mismo resultado, tiene un motor y un destinatario distinto. Un motor que nos empuja a una alegría profunda que nos ha de caracterizar. Una alegría que no se ha de confundir con euforia ni «buen rollo», sino una alegría paciente, atenta y compasiva. Que va más allá del poder simbólico de los gestos.

Un destinatario que no es más que el otro. El estoico controla su carácter porque sabe que eso le hará vivir en paz; pero nuestra invitación no nos pone a nosotros en el centro, sino que pone al otro en el centro. Un poner al otro en el centro que se mantiene firme incluso en nuestra debilidad. Y no porque busquemos autocontrol, si no porque Cristo nos lo enseñó primero. Ser capaz de consolar desde la cruz nos habla de una invitación radical a cuidar también los gestos hacia el otro.

Ya sabemos cuál es la respuesta de Jesús si le preguntamos cómo son nuestros gestos «Os aseguro que lo que no hicisteis a uno de estos más pequeños no me lo hicisteis a mí.» (Mt 25, 45). Nuestra 'audiencia' es más grande que todo el jurado que utiliza internet, y por suerte no nos juzga. Aun así, debemos seguir preguntándonos: y mis gestos, ¿cómo son?

 

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