SE ME CAYÓ UN ÍDOLO

María Sakkari, es hoy la numero tres del mundo del tenis femenino. Su estilo de juego, golpes potentes y temperamento explosivo, ha colmado mi atención. Caigo en cuenta de que quizá muchas de nuestras afinidades hacia deportistas radican en la búsqueda de similitudes con nuestras vidas y los variopintos procederes.

Durante todo el año la he seguido en sus respectivos torneos. En mis Ejercicios Espirituales de ocho días, coincidía con el torneo de Wimbledon, en algún momento pensaba: ¿Cómo le estará yendo? así fui pensando en muchas de las figuras deportivas que he seguido a lo largo de mi vida, unos ya retirados otros en los puntos más altos de sus carreras; todas esas personalidades han marcado mi historia pues me han hablado de un tipo de éxito y de lo necesario para alcanzarlo.

Dentro de ese marco, y sabiendo que Dios se vale de mucho y de muchos para conectarnos, en aquel ejercicio de reminiscencia espiritual –si vale el calificativo– llegó a mi mente aquella expresión popular: «se me cayó un ídolo», en referencia, a la decepción generada por alguien en quien se ha puesto mucha confianza. Me cuestionó, como el empleo de esta frase siempre está dirigida al otro, y que resulta muy difícil asumirla para uno mismo.

El devenir de los Ejercicios Espirituales y sus consiguientes derroteros llevan a ahondar en aquel ídolo que se va a forjando en nuestro interior dinamizado en muchas ocasiones por el ego cuya clave de los Ejercicios invitará a ordenar, implicando tal proceder un rehacernos y una resignificación del cómo vamos cotidianamente. Ese ejercicio de «romper nuestro ídolo» implica una fe profunda y un abrazo a nuestra humanidad.

Sobre ese abrazar a nuestra humanidad, volviendo a Sakkari, hace unas semanas nuevamente acaparaba mi atención no era un triunfo. Ella se sinceraba con los medios de comunicación antes de empezar a competir en el WTA 1000 Toronto señalando: «no estar disfrutando ser una de las mejores jugadoras del mundo» a lo que añadía: «fue algo muy difícil de admitir y muy difícil de manejar. Pero es la verdad. Es la realidad.» Escucharla me hizo conectar una vez más con la joven griega. Ya no era un tópico sobre sus actuaciones dentro de la cancha, sino fuera de ella. Era experimentar que estas figuras deportivas nos hablan más allá de un partido. Existe una humanidad compartida que devela la necesidad de romper aquellos ídolos interiores que nos permitan ser más para servir mejor en los distintos flancos de nuestra vida.

 

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