Dios es promesa. La Escritura está llena de promesas. El tiempo de Adviento es un tiempo propicio para acoger las promesas. Las promesas de Dios rompen los pesimismos, las desilusiones, los cansancios. Nuestra vida interior la van tejiendo los textos litúrgicos, he aquí algunos:
«Arrancará el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones» (Is 25,6).
«Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará» (Is 35,7).
«Se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres juntos» (Is 40,7).
«Dios llegará con fuerza; lo acompañará su salario» (Is 40,10).
«Iluminará los ojos de sus siervos» (Is 34,5).
«Él iluminará lo que esconden las tinieblas» (Is 29,18).
«Todos verán la salvación de Dios» (Is 40, 5;Lc 3, 6).
«No se retirará de ti mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará» (Is 54,10).
«Lo que ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,45).
Vivimos el Adviento cuando sembramos en nuestro corazón la Palabra, cuando damos cabida a las promesas. El silencio, el recogimiento, la orientación de la mirada hacia dentro, la oración tienen sentido si hay una Palabra sembrada en el corazón.
Casi todos los textos son del profeta Isaías, que ha hablado a un pueblo desterrado, desmotivado, sin ganas de vivir, o viviendo tan ajeno a las promesas del Señor, que había llegado a olvidarse de la sed y del agua viva que la sacia.
«El que tenga oídos para escuchar, que escuche». ¿Qué palabras de la Escritura llevas en tu corazón? ¿Te han ensanchado el corazón las promesas de Dios?
Cipecar
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