NUESTRO RECURSO DIARIO
Estamos en de mayo, y con él todo lo bonito de la primavera, las flores, la antesala del tan ansiado verano… y en muchos sitios nos preparamos ya para vivir lo que llamamos el mes de María. En los coles no paramos de nombrarla, de cantar y de celebrarla, en las parroquias se la adorna con flores y se reza en torno a su imagen. Y es que, qué importante es María que debemos dedicarle un mes entero y si se me permite, poco me parece.
Decía san Marcelino Champagnat que María, la Buena Madre, debe ser nuestro recurso ordinario, aquella a quien debemos recurrir siempre que lo necesitemos. No debemos tener miedo a hacerlo y, además, a hacerlo en cantidad. Ella siempre está. En las buenas y en las no tan buenas (aunque no la llamemos), porque no hay nada más incondicional que el amor y la presencia de una madre.
No perdamos la inocencia de la infancia y nos creamos que de mayores no la necesitamos porque no es así. A María la llamamos casi sin darnos cuenta desde nuestra oración o desde nuestro silencio. Así que no seamos perezosos y nombrémosla en voz alta. Mucho más, tratemos de tenerla presente en todo momento. Y si no es así, ¡tranquilidad! que, como dice la canción, «una madre no se cansa de esperar» y llegará el momento en el que nos demos cuenta de que ha estado todo el tiempo a nuestro lado, acompañándonos (y no sólo en el mes de mayo).
CADA PERSONA TIENE MÚSICA
MARIA, MODELO Y CAMINO HOY
«María se puso en camino y fue aprisa a la montaña...» María es activa en la ayuda a pesar de las dificultades, ¿y nosotros? ¿Nos ponemos en camino? ¿Estamos acomodados en nuestro espacio de confort? ¿Somos de esperar o somos activos en la ayuda, en la búsqueda? ¿Esperamos a que el prójimo a quien ayudar nos caiga llovido del cielo? ¿Si las cosas vienen o van, pasan o no pasan, nos dan igual? ¿Nos sacrificamos para subir la montaña? ¿Afrontamos las dificultades en el camino, en el trabajo, la familia, los amigos, los estudios, en la enfermedad, como María?
«Y María… lo meditaba en su corazón». ¿Y nosotros, dónde guardamos lo que nos ocurre y lo que pasa a nuestro alrededor? En una sociedad de likes, todo a un click y disponibilidad inmediata; ¿reflexionamos y discernimos sobre lo que nos ocurre? ¿Somos capaces de discernir lo que pasa en pleno mayo del siglo XXI, desde las guerras, la pobreza, la falta de vocaciones, el secularismo, paro juvenil, crisis de valores? ¿A dónde vamos como ser humano? El ser humano y la ciencia, la razón, el humanismo cristiano, la tecnología… ¿Mantenemos algún tipo de diálogo con Dios?
«Haced lo que él os diga…» María es modelo de seguimiento, fe y conocimiento de su Hijo. Ella está pendiente de los pequeños detalles que nos hacen felices:, el vino en Cana no es sólo un milagro, es una persona que se da cuenta de que lo pequeño, lo que pasa desapercibido nos hace felices y qué dejarse fiar de su Hijo es llenarse de felicidad eterna.
¿Y nosotros a quien oímos, a quien seguimos, en quien confiamos?
Esta son tres sencillas actitudes y aptitudes en María son igual de actuales para vivir nuestra vida. Tengamos a María como modelo y como guía en nuestro camino por la vida.
PABLO SERRANO
QUIERO SER PASTOR...
DEJANDO HUELLA
¿Cómo nos recordarán cuando no estemos? Con semejante declaración de intenciones en la primera línea del post, cualquier lector estaría tentado de pensar que el autor se ha equivocado de fechas y que ese pensamiento del legado de nuestras vidas es más propio de noviembre o incluso de Cuaresma con su ascesis penitencial sobre el sentido de la vida y de la muerte. Pero no, estamos en Pascua florida, así que preguntémonos por la memoria que florece –y da frutos– en los demás.
Alguien a quien conozco de cerca se ha despedido recientemente de su trabajo, un puesto creativo en el que se valoran las aptitudes expresivas con el lenguaje. Fino observador de las circunstancias, se atrevió a servirme una conclusión general sobre el modo en que perduramos en el aprecio del prójimo. «Mira –me decía enfatizando la solemnidad–, nos pasamos la vida esperando que algo de cuanto decimos o escribimos pase a la posteridad y se convierta por sí mismo en nuestra herencia, pero desengáñate: lo que quedará de nosotros será el bien que hayamos podido hacer».
Su propia experiencia así lo dictaba. Alguien lo recordaba por las veces que se había interesado por su hijita enferma; otro más, por el gesto cuando murió su padre muchos años atrás; una tercera, por la paz que transmitían siempre sus palabras; aquel, por la amabilidad y la generosidad con que lo acogió cuando era un novato; el de más allá, porque se había mostrado servicial y agradable a la hora de afrontar una tarea compartida de esas que solemos pintar de marrón. En fin, detalles nimios que no habían costado ningún esfuerzo pero les habían hecho la vida más fácil a quienes los recibieron entonces.
Tiene toda la razón. Las huellas que nunca se olvidan son las que quedan impresas en el corazón de las personas a las que hacemos el bien. Desde luego, no basta para aspirar a la santidad, pero nos pone en el camino correcto.
CRISTO POR DENTRO NOS SIGUE TRABAJANDO
CULTIVANDO EL PRESENTE
EL TESTIMONIO SE MUESTRA EN NUESTRAS OBRAS
EL ÚLTIMO ABRAZO
Tal vez, solo tal vez, lo que empieza ahora es la búsqueda. Una búsqueda que nos ha de llevar toda la vida. Una búsqueda que se irá trenzando entre destellos y pérdidas, entre instantes de júbilo y otros de grisura. Una búsqueda en la que el amor será una batalla a tiempo entero. Una pelea en la que, por más que vuelvan una y otra vez los fantasmas que nos atormentan, podemos mirar, con esperanza, a una luz mayor; una luz que nos habla de un espíritu humano que se niega a rendirse. Es ahora el momento de seguir creyendo, por más que agoreros y profetas de calamidades inviten al escepticismo. Empieza ahora el tiempo de los testigos, que nos hablan de lo que han descubierto. No los embaucadores, que solo apuntan a palabras muertas, sino los que muestran, en lo que cuentan, pero sobre todo en cómo lo viven, que merece la pena arriesgarlo todo.
Tal vez, solo tal vez, el último abrazo aún está pendiente. Y será tan profundo, tan verdadero, tan liberador, que sabremos, al fin, que todo ha valido la pena.
MEDITERRÁNEO: LUGAR DE RESURRECCIÓN
El Mediterráneo puede ser lugar de resurrección por el sabor de este helado. Por la conversación –y las patatas, y la cerveza fría– del chiringuito. La gratuidad del sol y de la arena, y ese calorcito en la espalda frente al cual se hacen tantas promesas de una vida más tranquila en invierno, una vida vivida de otra manera. Por los besos de los que se han enamorado, dure la cosa más o menos. Es la pequeña trascendencia de la playa, que no del mar, sin la cual sería difícil que hubiera otras más grandes. Pero podría no ser en el Mediterráneo. Podría ser también en el monte; frente a otro mar.
El Mediterráneo puede ser lugar de resurrección por estar en medio de muchas tierras. Tablero de agua en el que jugar a la guerra y al diálogo, al encuentro de civilizaciones y pueblos. En el Mediterráneo, musulmanes y cristianos se raptaban mutuamente y surgían dobles pertenencias que no entendemos. Si hay mestizaje es porque al hablar nos damos cuenta de lo que somos, pero también de lo que nos falta. Quizá el otro me recuerde o me enseñe algo que meter en mi zurrón. Pero eso podría ocurrir también en Manhattan, a más velocidad y con más neón; o, sencillamente, no ocurrir.
El Mediterráneo –el de las patatas, el chiringuito y los pueblos– es, dice el papa Francisco, un cementerio. Pero esta sensación de que el Señor ha asociado su suerte a la de esos cuerpos enterrados en el agua no permite al mar hundir del todo. El Mediterráneo es lugar de resurrección cada vez que nos saca de la indiferencia, y siempre que voluntarios y trabajadores hacen en él los gestos del Evangelio. Milagro de trascendencia a lomos de una injusticia, como el de la Pascua. Si podemos hablar de esperanza frente al silencio de un mar que escupe juguetes es en ese misterio. Misterio que revela que la resurrección no quiso ser nunca una huida a otro mundo, sino el don siempre ofrecido de salir hacia la Vida.
COMO LOS TRAJES DE FLAMENCA
Un traje de flamenca, esos que nos ponemos las mujeres en Andalucía cuando estamos de feria, tiene unas características determinadas. Quiero decir que la moda flamenca puede variar de un año a otro, pero hay unos cánones que se tienen que respetar para que siga siendo un traje de flamenca.
Y ustedes dirán: todo esto, ¿a qué viene? Les explico. El otro día oía a determinadas personas hablando de cómo viven su fe y pensé para mí misma: «yo no la vivo así». Y me pregunté: ¿quién está más cerca de la verdadera fe?
A veces adoptamos esa actitud farisaica de creernos los auténticos guardianes de las creencias y tradiciones, y nos alzamos como jueces de los otros. Que si este no reza, o reza de una manera muy carca; o no se sabe los mandamientos; o tal y como vive no es muy cristiano. Dejamos arrinconada la humildad necesaria para decirnos: «pero, ¿quién soy yo para hacer semejantes valoraciones?»
Si el Dios en el que creemos es el Dios encarnado, no puede pasar por alto que la persona no es de una única forma de ser, sino que, gracias a Él mismo, cada uno somos, como se suele decir, «de nuestro padre y nuestra madre». Cada uno expresa el humor de una manera, se expresa con su propio estilo, y pensamos acerca de lo que sucede a nuestro alrededor de acuerdo a una forma de entender la vida. No amamos todos de la misma manera, ni tampoco nos enfadamos ni sentimos el dolor igual. Somos diferentes.
Jesús lo tuvo claro, y por ello escogió a doce muy distintos entre ellos, y no a un grupo de personas afines a él en todo. Y es que Dios tiene el don de tomar nuestra forma para que nosotros, seamos como seamos, lleguemos a Él.
Ahora, una cosa queda clara: no vale cualquier manera. Hay unas líneas comunes. Como las hay para un traje de flamenca. No por mucho volante que lleves ni mucha flor que te pongas vas vestida de flamenca. Quien lo vive, lo sabe.