El hermano Francisco de Asís había llegado al final
de su proceso de conversión. El Señor lo había visitado en el monte Alverna, y
en su cuerpo quedaron llagas evidencia de una crucifixión. Entonces, de su puño
y letra, Francisco escribió un cántico al amor de caridad que lo había
crucificado: “Tú eres el santo Señor Dios único, el que haces maravillas… tú
eres el bien, el todo bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero…”.
Francisco, crucificado, ya puede decir con verdad: “Mi Dios, mi todo”.
Teresa de Jesús dijo lo mismo con una rima para
grabar en el alma: “… Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”.
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