Y entre tantos nombres que
han ido constituyendo la Iglesia a lo largo de los siglos, en una
cadena de transmisión, de gracia y de lealtad, pones el mío, Señor, y me
llenas de gozo con tu alabanza, me colmas de gracia y de ternura, sacias mis
anhelos, y haces que rebose la alegría de tu evangelio en mi ser
desamparado, frágil y débil, fuerte por tu amor.
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