VIVIR COMO
CRISTIANOS EN EL MUNDO
Gisbert Greshake ha sido
profesor de Teología en las universidades de Viena y de Friburgo. Recientemente ha publicado una pequeña obra
cuyo título alemán podría traducirse así: “Vivir en el mundo. Cuestiones
fundamentales de la espiritualidad cristiana”.
En ella ha recogido una selección de artículos suyos sobre
espiritualidad.
Como
evocando los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, comienza
preguntándose con qué fin estamos sobre la tierra. Preguntarse sobre el sentido
de la vida no es una cuestión sin sentido, como a veces se ha escrito. El autor
afirma que el sentido de la vida es hacer presente en el mundo la comunión que
tiene a Dios por modelo. Una comunión interpersonal que encuentra en el
matrimonio su paradigma y en la eucaristía su más evidente carácter de don y
gratuidad.
Es
interesante ver cómo el autor presenta la vida humana y cristiana como escucha
de la llamada de Dios, que se hace perceptible en el ejercicio de la vida
profesional de cada uno. A traves de la profesión podemos “ser nosotros mismos”
y, al mismo tiempo, podemos “salir de nosotros mismos”. Claro que no todo se
reduce a trabajar. Es posible y deseable prestar atención a la llamada de Dios,
tanto en el trajín de la vida diaria como en esa pausa que comporta la celebración de la fiesta.
La
necesidad de escuchar a Dios lleva siempre al creyente al desierto, pero lo
empuja también a buscar y encontrar a Dios en todas las cosas. El desierto es
más que un lugar físico. Es el espacio del silencio, de la escucha y del
compromiso perseverante en la vida cotidiana.
El desierto es el lugar de la decisión, pero tambien de la tentación y de la lucha, como lo fue para los antiguos Padres que se retiraron a la soledad.
El desierto es el lugar de la decisión, pero tambien de la tentación y de la lucha, como lo fue para los antiguos Padres que se retiraron a la soledad.
La
espiritualidad del desierto nos lleva también a la contemplación de la
creación. En ella descubrimos el mensaje primoridal de Dios. Para el creyente,
la creación entera manifiesta el rastro de Dios. Así la contemplaron san
Francisco de Asís y san Juan de la Cruz.
Otros dos temas
inolvidables son el de la muerte y el de la esperanza. Si la muerte puede ser
vista como la culminación de la vida, para el cristiano el morir-con-Cristo es
la revelación y la plenitud del don y la tarea de vivir-con-Cristo. En
contraposición con los paganos, san Pablo define a los cristianos como
“aquellos que tienen esperanza”.
Bien
sabemos que según el ateismo, la esperanza nos alejaría de las tareas de este
mundo. Sin embargo, el cristiano sabe que esperar equivale a operar. El
Concilio Vaticano II afirmó repetidas veces que la esperanza da nuevas fuerzas
al compromiso moral.
Ahora bien,
el compromiso no ha de llevarnos al orgullo y la altanería. Dios ncesita
nuestras manos para seguir creando. Pero nuestras manos necesitan su gracia
para que esa creación contribuya a la humanización del mundo. El compromiso
nunca será cristiano si no va acompañado de la oración.
José-Román Flecha Andrés
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