Desde la Antigüedad, los iconos han
estado muy presentes en la vida de fe de los cristianos, especialmente, de los
cristianos de Oriente. Originarios de Bizancio, la iconografía no es únicamente
una imagen estética, no es una obra de arte como tal, sino que detrás de esa
belleza, hay un gran misticismo. La importancia del icono no es la imagen, sino
lo que esa imagen nos transmite. Para los antiguos el icono era un objeto de
culto, una presencia a quien invocar y rezar, y cada uno de ellos nos transmite
un misterio de Jesús, de la Virgen o de algún personaje bíblico.
El icono no suele ser muy ostentoso, todo lo contrario: es
sencillo, bello, expresivo, de colores muy marcados…que nos invita a la
contemplación y al encuentro con Dios.
¿Qué simboliza? ¿Qué significado tiene? ¿A qué pasaje evangélico
se refiere? Son preguntas muy comunes que nos solemos hacer al verlo. Pero si
nos paramos un tiempo delante de él, podremos descubrir su grandeza, la
profundidad de la mirada de los personajes…El icono te invita a un diálogo con
Dios. Es anuncio, camino y confianza. Es una gran experiencia.
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