Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza
en el Espíritu Santo, porque Él «viene en ayuda de nuestra debilidad» (Rm
8,26). Pero esa confianza generosa tiene que alimentarse y para eso
necesitamos invocarlo constantemente. Él puede sanar todo lo que nos
debilita en el empeño misionero. Es verdad que esta confianza en lo
invisible puede producirnos cierto vértigo: es como sumergirse en un mar
donde no sabemos qué vamos a encontrar. Yo mismo lo experimenté tantas
veces. Pero no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el
Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él
nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera.
Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se
llama ser misteriosamente fecundos!
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