Los
cristianos no creemos en un Dios aislado e
inaccesible, encerrado en su Misterio impenetrable. Nos podemos
encontrar con él en un ser humano como nosotros. Para relacionarnos con él, no hemos
de salir de nuestro mundo. No hemos de buscarlo fuera de nuestra vida. Lo
encontramos hecho carne en Jesús.
Esto
nos hace vivir la relación con él con una profundidad única e inconfundible. Jesús
es para nosotros el rostro humano de Dios. En sus gestos de
bondad se nos va revelando de manera humana cómo es y cómo nos quiere Dios. En
sus palabras vamos escuchando su voz, sus llamadas y sus promesas. En su
proyecto descubrimos el proyecto del Padre.
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