Los magos no pertenecen al pueblo elegido. No
conocen al Dios vivo de Israel. Solo que viven atentos al
misterio que se encierra en el cosmos. Su corazón busca verdad.
En algún momento creen ver una pequeña luz que
apunta hacia un Salvador. Necesitan saber quién es y dónde está. Rápidamente se
ponen en camino. En su interior arde la esperanza de encontrar una Luz
para el mundo.
Los magos prosiguen su búsqueda. No caen de rodillas
ante Herodes: no encuentran en él nada digno de adoración. No entran en
el Templo grandioso de Jerusalén: tienen prohibido el acceso: La
pequeña luz de la estrella los atrae hacia el pequeño pueblo de Belén, lejos de
todo centro de poder.
Al llegar, lo único que ven es al
"niño con María, su madre". Nada más. Un niño sin esplendor
ni poder alguno. Una vida frágil que necesita el cuidado de una madre. Es
suficiente para despertar en los magos la adoración.
A este Dios, escondido en la fragilidad
humana, no lo encuentran los que viven instalados en el poder o encerrados en
la seguridad religiosa. Se les revela a quienes, guiados por pequeñas
luces, buscan incansablemente una esperanza para el ser humano en la ternura y
la pobreza de la vida.
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