
La Navidad es mucho más que todo ese ambiente
superficial y manipulado que se respira estos días en nuestras calles. Una
fiesta mucho más honda y gozosa que todos los artilugios de nuestra sociedad de
consumo.
Los creyentes tenemos que recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y
descubrir detrás de tanta superficialidad y aturdimiento, el misterio que da
origen a nuestra alegría. Tenemos que aprender a «celebrar» la Navidad. No
todos saben lo que es celebrar. No todos saben lo que es abrir el corazón a la
alegría.
Y, sin embargo, no entenderemos la Navidad si no sabemos hacer silencio en
nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de un Dios que se nos acerca,
reconciliarnos con la vida que se nos ofrece, y saborear la fiesta de la
llegada de un Dios Amigo.
En medio de nuestro vivir diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, se
nos invita a la alegría. «No puede haber tristeza cuando nace la vida» (S. León
Magno). No se trata de una alegría insulsa y superficial. La alegría de quienes
están alegres sin saber por qué. «Nosotros tenemos motivos para el júbilo
radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho
hombre, y ha venido a habitar entre nosotros». Hay una alegría que sólo la
pueden disfrutar quienes se abren a la cercanía de Dios, y se dejan coger por
su ternura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario