Es sorprendente en este texto del Marcos la distancia
que hay entre dar un simple vaso de agua, un gesto sencillísimo que no quedará
sin recompensa, y los imperativos que siguen después: “¡Córtatelo!,
¡córtatelo!”.
Con estas exageraciones un tanto duras, tenemos que
caer en la cuenta de que el Evangelio no es cosa de broma. No podemos nadar a
dos aguas, o como se dice coloquialmente “nadar y tender la ropa”. O estamos
del lado de Cristo, o estamos en contra. El Evangelio no admite medias tintas.
“El reino de los cielos hace fuerza y los esforzados
se apoderan de él” (Mt. 11,12), no podemos quedarnos en los balcones mirando
–como dijo el Papa Francisco en Río de Janeiro, “no balconeen la vida”; el
Evangelio nos pide un compromiso serio. Y, ¿cómo lo hacemos? Con tres
movimientos o actitudes:
- Levantarse:
estar atentos, dispuestos, preparados, con el corazón abierto a lo que Dios pueda pedirnos.
- Escuchar: ante todo la Palabra de Dios, los signos
de los tiempos, no prestando atención a los cantos de sirena de este mundo que
nos piden contemporizar, bajar el listón.
- Caminar: sin cansarse, caminando por la senda de Dios, metiéndonos de lleno en la vida para construir el Reino, “alegrándonos, aunque de momento tengamos que sufrir un poco en pruebas diversas”.
- Caminar: sin cansarse, caminando por la senda de Dios, metiéndonos de lleno en la vida para construir el Reino, “alegrándonos, aunque de momento tengamos que sufrir un poco en pruebas diversas”.
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