
Nazaret era la casa de lo sencillo y pequeño. José vivió junto a María su esposa (Lc 1,27), y junto a Jesús; trabajó en el campo y en la carpintería (Mt 13,55; Mc 6,3). Su vida de cada día era sobria y transparente, sin nada extraordinario. Era su amor fiel, limpio y entrañable el que daba calor, y ponía música en las horas de la jornada. * Nazaret era la casa de la luz y la solidaridad. Se respiraba el aire cálido de la comunión; se compartía la vida, el trabajo, las penas y la oración; se leían y discernían las señales novedosas de Dios en lo cotidiano de la jornada. Las tres personas de la familia de Nazaret eran personas abiertas, acogedoras, llenas de luz y solidaridad, signos delicados del amor de Dios, de su gracia salvadora. * Nazaret era la casa del silencio y de la escucha. El silencio envuelve la vida de José, los evangelios no nos han dejado una sola palabra suya. En cambio, han descrito sus acciones: acciones sencillas, cotidianas, que están siempre al servicio de los demás, al cuidado de la vida; gestos llenos amor que escucha, que espera, que sufre, que se entrega. Son el fruto maduro del silencio habitado por el amor.
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