Durante estos días de la Pascua, la liturgia nos está
presentando algunas de las apariciones del Resucitado a los suyos. Hoy vemos
que los discípulos están reunidos, turbados y desconcertados aún por lo
sucedido el viernes. Los dos de Emaús les están contando lo que les ha
sucedido. Y Jesús se les presenta y los saluda: “Paz a vosotros.” No les desea
prosperidades materiales, sino la Paz, el gozo profundo de la paz. San Gregorio
Nacianceno dice: “La paz es un nombre y una cosa sabrosa, que sabemos proviene de
Dios, según dice el Apóstol a los filipenses: La paz de Dios”. Nosotros, Señor,
con frecuencia andamos demasiado inquietos, desasosegados, turbados y miedosos
por muchas cosas. Hazte presente y dinos en esos momentos, como a los
apóstoles: “Paz a vosotros“. Danos tu paz, la “paz de Dios”, y conviértenos en
personas pacificadas y pacificadoras.
Los discípulos no terminaban de creer que el Maestro había resucitado, que
“lo suyo” no había acabado en el sepulcro. Por eso, al aparecer en medio de
ellos, creen ver un fantasma. De ahí su duda y su miedo. Pero Jesús trata de
convencerles de que él –el Resucitado, que les saluda- es el mismo que había
sido Crucificado: “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro
interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta
de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.” ¿No nos
ocurre a nosotros muchas veces algo parecido? Dudamos. No terminamos de creer
en el triunfo del Señor sobre el pecado, el mal y la muerte; que por encima de
todo esto está el bien y la vida sin limitación alguna. Por eso,
ante la dificultad, la tentación, el pecado, la enfermedad, la muerte..., nos
creemos solos y nos alarmamos, y surgen dudas en nosotros. Señor, en esos
momentos déjate ver, que te experimentemos vivo. Habla a nuestro corazón y
danos tu paz. Abre nuestro entendimiento, para que entendamos el sentido de las
Escrituras, y se disipen nuestras desconfianzas y miedos.
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