Últimamente están apareciendo en la prensa
numerosos comentarios sobre la presencia de la clase de Religión en la escuela
pública. Precisamente, el Movemento Dezao polo Ensino Público está detrás de
estas publicaciones y comentarios. Yo, que estoy de acuerdo con sus integrantes
en mejorar la enseñanza en general y en concreto la pública, he de disentir
necesariamente en sus afirmaciones sobre el tema de la Religión. Sin embargo
quiero afirmar rotundamente que rechazo cualquier tipo de enfrentamiento dialéctico
o agrios debates sobre un tema tan delicado. Miembros de este movimiento son
compañeros de trabajo y otros lo han sido y a todos profundamente aprecio y
respeto.
Quiero hacer, con todo, algunas reflexiones
que ayuden a pensar a aquellos que rechazan radicalmente la presencia de la
Religión en la escuela y también a los que defendemos su presencia en el
currículo académico, no sólo porque nuestra Constitución así lo proclama e
incluso otras leyes de carácter internacional, así como los Acuerdos entre el Estado
español y la Santa Sede, sino, sobre todo, porque puede aportar algo muy
sustancial y necesario en la formación de nuestros alumnos.
No comprendo, en primer lugar, por qué
tanto interés en que la asignatura de Religión desaparezca de la enseñanza escolar
argumentando que esas horas serían más útiles dedicadas a otras materias. Pero,
¿qué puede solucionar una hora semanal que tiene la Religión en Secundaria y
Bachillerato (menos primero de la ESO, que tiene dos) repartida entre otras
asignaturas aunque éstas puedan tener necesidad de más carga lectiva? ¿No será
que se pretende quitarle de la boca el bocado al pobre Lázaro y dárselo al rico
Epulón? (Estaría bien que leyésemos la parábola en Lucas, capítulo 16,
versículos del 19 al 31).
La Iglesia Católica ha estado siempre a
favor de la ciencia, del conocimiento de la naturaleza, así como de las letras
y las artes. ¿Cómo no va a favorecer el conocimiento científico que nos
descubre los secretos y enigmas de la naturaleza si toda ella es fruto del
poder, sabiduría y bondad del Sumo Hacedor? ¿No está presente en sus
maravillosas leyes y en su inescrutable complejidad la presencia misteriosa del
Ser Absoluto a quien llamamos Dios?
Los conocimientos científicos y las
aplicaciones técnicas que de ellos se derivan aportan muchos beneficios al ser
humano que se reflejan, por ejemplo, en los transportes, en las comunicaciones,
y ya no digamos en los avances en el ámbito de la medicina. Con todo debemos
preguntarnos: ¿Es suficiente este conocimiento para el ser humano? ¿Puede
añadir un solo segundo a la vida humana cuando en realidad "ha llegado la
hora" de partir de este mundo? ¿Pueden estos conocimientos llenar de amor
y de sentido profundo el corazón humano, siempre tan ansioso de alcanzar la
felicidad? Evidentemente no, pues las ciencias estudian la realidad material y
nos aportan resultados materiales, pero no responden a cuestiones propiamente
humanas.
Por ello, en la enseñanza escolar, aparte
de las ciencias, las letras y las artes, son necesarias materias que enseñen lo
específicamente personal, que den respuestas a los profundos interrogantes que
de una forma o de otra se plantea el ser humano. Sin las respuestas a estas
preguntas el ser humano caminará en la superficialidad, rechazará compromisos
profundos y duraderos, lo que se está constatando en nuestra juventud y en
otras muchas personas no tan jóvenes. Necesitamos saber de dónde venimos y
hacia dónde vamos para así tomar la vida en nuestras manos y entregarnos a ella
con todas nuestras fuerzas, libre y responsablemente.
De ahí que sea necesaria la materia de
Religión en la enseñanza, al menos en la obligatoria. Y no sólo la Religión,
sino también otras materias que respondan a cuestiones propiamente personales
como lo hace la filosofía, la ética, la antropología que, por cierto, deberían
tener más carga horaria. De lo contrario, podremos llenar la cabeza de nuestros
alumnos de muchos conocimientos, pero faltará una verdadera educación integral,
la asimilación por parte de los alumnos de unos valores humanos y trascendentes
que llenen su existencia, que les capaciten para responder a las exigencias de
la vida de forma libre y verdaderamente responsable.
Luis Moreiras Calviño, Profesor de Religión
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