Jesús
es el mensajero de nuestra fe. Es el modelo del creyente. Y es el Dios en quien
creemos los que hemos sido llamados a seguirle. Junto a Jesucristo se nos
presenta, cercano y asequible, el icono de María.
En
su carta La puerta de la fe,
Benedicto XVI evocaba los misterios de la vida de María, engarzados en el hilo
de su fe confiada y perseverante. En breves pinceladas, su reflexión inspira
nuestro decálogo:
-
En un gesto generoso que sólo brota de la fe, María acogió la palabra del Ángel
del Señor y creyó en el anuncio sorprendente
de que ella habría de convertirse en la Madre del Señor (cf. Lc 1, 38).
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En la visita a su pariente Isabel, María prorrumpió en un canto de alabanza al
Omnipotente, por la elección de que había sido objeto y, sobre todo, por las
grandes maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él con humildad (cf. Lc 1, 46-55).
-
Cumplido el tiempo y en circunstancias lamentables, impuestas por las razones
políticas y por los intereses humanos, con gozo y con temblor dio a luz a Jesús
en Belén de Judá (cf. Lc 2,
6-7).
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Al presentar a Jesús en el templo de Jerusalén, la voz de Simeón alimentó en ella
la fe en aquel Hijo que venía a culminar la gloria de Israel y a traer la luz
para iluminar a los gentiles (cf. Lc 2, 22-32).
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Guardando todos los recuerdos en su corazón, María alimentaba su fe durante las
horas silenciosas y los años en que Jesús crecía en Nazaret, dando pruebas de
sabiduría y de fidelidad a los planes de Dios
(cf. Lc 2, 19.51),
-
En horas de peligro, por la amenaza dictada por la rabia de poderes altaneros,
junto a José de Nazaret, su esposo y custodio de su Hijo, libró a Jesús de la
ira de Herodes, llevándolo hasta las tierras de Egipto (cf. Mt 2, 13-15).
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Tras buscar a Jesús, entre angustias y preguntas, lo encontró en el templo
discutiendo con los doctores de la Ley, y con fe hubo de aceptar la misión que
llevaba a su Hijo a ocuparse de las cosas del Padre celestial (cf. Lc 2,
41-50).
-
Fue aquella misma fe la que la impulsó a seguir al Señor en su predicación,
preocupada siempre por la suerte que amenazaba al que había sido presentado
como una bandera discutida (Mc 3, 20-21; 31-35)
-
Gracias a la fe encontró la fuerza para permanecer fielmente junto a la cruz de
Jesús y para aceptar el encargo de cuidar como madre del discípulo amado y de
la comunidad de los discípulos del Hijo (cf. Jn 19, 25-27).
-
Con fe firme y esperanza invencible, María
permaneció unida en oración con los Doce discípulos de su Hijo, reunidos
con ella en el Cenáculo para recibir el don del Espíritu de la verdad y de la
luz (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).
María
es para los cristianos el icono de la verdadera peregrina de la fe. Ella es
modelo de la familia de los discípulos de su Hijo. Por eso María puede ayudar a
los creyentes a recordar las raíces de su propia fe y a aceptar las
consecuencias que comporta la fe en la vida de cada día.
José-Román Flecha Andrés
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