Conchita Wurst es el nombre artístico del ganador de Eurovisión, también conocida como la mujer barbuda. Pero este año la comidilla en lugar de la calidad musical de Conchita, que no creo que se pueda poner en duda, es su apariencia. Y es que no estamos acostumbrados a ver a un hombre con barba vestido de mujer cantar frente a millones de espectadores.
Da pena leer o escuchar comentarios denigrantes e incluso insultos en los bares, las redes sociales o en los blogs. Unos, los que se sienten incómodos con Conchita posiblemente se sienten amenazados. Otros, los que buscan la transgresión a toda costa para provocar a los que no piensan como ellos caen en la instrumentalización de Conchita. Pero casi siempre estas discusiones se mueven en argumentos ideológicos y teóricos. El contacto personal con gente que no se ajusta a los patrones a los que estamos acostumbrados es el mejor remedio para entender la diversidad y ver a la persona más allá del personaje.
Conchita Wurst no deja indiferente. Puede rompernos los esquemas e incluso incomodar a primera vista, pero también puede ayudarnos a ser conscientes de la diversidad enorme de nuestra humanidad. Conchita Wurst ha hecho presente en muchos hogares la realidad de tantas personas que no encajan en las categorías habituales. Tom Neuwirth, el artista que está detrás del transgresor personaje de Conchita, es un chico homosexual que durante su adolescencia sufrió discriminación por su condición sexual y quiere aprovechar su éxito en defensa de los que siguen siendo discriminados. Y ante alguien como Conchita, cada uno de nosotros necesitamos examinar cómo lidiamos con la diferencia, con la diversidad y con lo que nos rompe los esquemas.


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