LA VOZ DE LOS SORDOS
Los criticamos, porque nos parecen suspicaces y
egoístas. Pero muy pocas veces tratamos de identificarnos con ellos. Hasta que
conocemos a algunos de ellos y entablamos una larga y fecunda amistad. Entonces
descubrimos la riqueza interior que los sordos pueden guardar en su corazón.
Las personas sordas están cansadas de ser
discriminadas. Y sobre todo, esperan de toda la sociedad una comprensión
afectiva y efectiva.
El Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud
lleva muchos años dedicando su reflexión a la enfermedad y la discapacidad, e
impulsando acciones concretas a favor de los enfermos y de las personas que les
prestan atención y cuidados. Recientemente ha dedicado a las personas sordas la
Conferencia Internacional que se ha celebrado en Roma en noviembre del 2009.
UN MENSAJE DEL PAPA
Los asistentes
al congreso fueron recibidos por Benedicto XVI el viernes día 20 de noviembre.
El Papa comenzó evocando el conocido gesto con el que Jesús abre los oídos y
suelta la lengua de un sordomudo (cf. Mc 7, 31-37).
Ese relato evangélico nos ayuda a ver a los sordos como
la imagen de nuestras carencias humanas y espirituales. De hecho, el texto nos sitúa más allá de la sordera física para
desvelar la necesidad humana de abrirse a la palabra y a la acción de Dios:
“Con su manera de actuar, que revela el amor de Dios Padre, Jesús no sólo cura
la sordera física, indica también que existe otra forma de sordera de la cual
la humanidad debe curarse, más aún, debe ser salvada: es la sordera del
espíritu, que levanta barreras cada vez más altas ante la voz de Dios y del
prójimo, especialmente ante el grito de socorro de los últimos y de los que sufren,
y aprisiona al hombre en un egoísmo profundo y destructor”.
Sin embargo, el Papa no podía olvidar la situación
concreta de tantas personas aisladas por su sordera. Su mensaje podría
resumirse en estos puntos.
1. Lamentó la falta de “gestos de acogida diligente, de
solidaridad convencida y de comunión amorosa con las personas sordas”.
2. Aunque reconoció la presencia de numerosas
asociaciones nacidas para tutelar y promover los derechos de los sordos,
subrayó que “sigue existiendo una cultura marcada por prejuicios y
discriminaciones”.
3. Añadió una referencia especial a la grave situación
en la que todavía viven los sordos “en los países en vías de desarrollo, tanto
por falta de políticas y legislaciones adecuadas, como por la dificultad para
acceder a la asistencia sanitaria primaria”. Según el Papa, “a menudo la
sordera es consecuencia de enfermedades fácilmente curables”.
4. Especialmente importante es el llamamiento del Papa
a las autoridades políticas y civiles, y a los organismos internacionales, “a
fin de que proporcionen el apoyo necesario para promover, también en esos
países, el debido respeto de la dignidad y de los derechos de las personas
sordas, favoreciendo su plena integración social con ayudas adecuadas”.
5. La Iglesia, por su parte, a ejemplo de Jesús,
“continua acompañando con amor y solidaridad las distintas iniciativas
pastorales y sociales en beneficio de esas personas”.
6. A ellas se dirige expresamente el Papa. No considera
solamente a los sordos como destinatarios, sino también como anunciadores del
mensaje evangélico. “Vivid cada día como testigos del Señor en los ambientes de
vuestra existencia, dando a conocer a Cristo y su Evangelio”.
CERCANÍA Y ACCIÓN
El mensaje del Papa es sugerente. Y lo suficientemente
concreto para suscitar en la sociedad y en la Iglesia algunas actitudes
fundamentales.
• La primera de ellas es evidentemente la de la
atención. No es posible ignorar ese continente del silencio, cruzado por las
demandas de nuestros hermanos afectados por la sordera.
• La segunda exigencia afecta a las instituciones
sociales, políticas y religiosas. No basta la cercanía personal. Es preciso
promover iniciativas sociales y cambios estructurales que hagan más fácil y
efectiva la integración de las personas no oyentes.
• Y una tercera propuesta, especialmente orientada a la
misión pastoral de la Iglesia, nos exige a todos, oyentes y no oyentes,
aceptar, facilitar y compartir la tarea común de la evangelización. Todos
estamos llamados a la misión. Todos necesitamos ser evangelizados y todos hemos
recibido la tarea de anunciar el evangelio con las obras, con el testimonio y
con la voz. También con la voz de los que no pueden oír nuestra diaria
algarabía.
José-Román Flecha Andrés
Universidad Pontificia de Salamanca
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