por joxe arregi -
aMIGA, amigo: quiero invitarte a meditar. Tal vez te
suene a orientalismo barato o a moda superficial o a fraude espiritual cuando
no económico. De todo hay, y no poco, pero la meditación es otra cosa, y es
algo vital. Te invito a practicarla cada día, pues todos los días necesitamos
vivir y respirar.
Para vivir y respirar, nada mejor que estar plenamente
allí donde estamos, justo en el medio, en el centro mismo de lo que somos, y
medirlo todo en su justa medida. Eso es meditar, ni más ni menos, y sería la
mejor medicina para nuestros peores males.
La misma palabra nos guía, como sucede casi siempre.
"Meditar" viene de la antigua raíz indoeuropea med-, del que
provienen el sánscrito madha ("sabiduría") y el griego médomai
("conocer, pensar, meditar", pero también "cuidar, curar, poner
remedio"), y el latín medium (centro, medio) y médicus, medicina,
remedium, y el castellano medir.
Meditar es sumergirnos en el centro profundo de
nuestro ser, que es el Corazón de todos los seres. Meditar es centrarnos más
allá de nuestro ser separado, descentrarnos en el misterioso Medio y Fondo en
el que todo es, en el que todos los seres vivimos, nos movemos y somos, y allí
volver a hallarnos en paz.
Y hallar así la medicina de mi ser, el remedio de las
heridas abiertas por todas mis cerrazones. Eso es meditar. Y lo cierto es que
no importa la forma.
Meditar no es pensar, reflexionar, cavilar. Por
cierto, no nos vendría nada mal dedicar cada día un rato a pensar y tener un
criterio razonado sobre las imágenes, eslóganes y discursos que nos inundan,
engañan y asfixian.
Pero el pensamiento o la mente, que es uno de nuestros
recursos más útiles, puede convertirse fácilmente en la trampa más peligrosa.
Pues fácilmente sucede que la mente con sus pensamientos nos separa de nuestro
medio, nuestro centro, nuestro ser profundo indemne, bueno y feliz.
Para vivir y respirar, nada mejor que estar plenamente
allí donde estamos, justo en el medio
Y nos convence de que somos los recuerdos que nos
hieren, los miedos que albergamos y los proyectos que concebimos y que acaban
por agotarnos.
Es bueno y necesario pensar, pero meditar no es eso.
Los pensamientos pueden ayudarte a meditar, pero solo a condición de que te
lleven más allá, a SER.
Meditar no es rezar, aunque una oración bella y
sentida puede ayudarte a meditar, a entrar en la secreta y universal
bienaventuranza de tu ser. ¿Qué otra cosa han hecho muchas gentes sencillas
rezando el rosario u "oyendo" la misa, simplemente dejándose llevar
más allá de las oraciones que recitaban o los sermones que escuchaban?
La oración más devota, el sermón más brillante o la
idea más sublime acerca de "Dios" pueden alejarte de Dios, impedirte
ser en Dios o ser Dios, bondad indemne, feliz y creadora, que ES lo que ERES.
Puedes ser Lo que Eres. Eso es meditar.
Meditar es entrar en el silencio, que es mucho más que
callar. Entrar en el silencio que es la vibración universal, el Espíritu
creador, la quietud activa, la paz profunda que todo lo habita y mueve. Meditar
es adentrarse, como Elías en el Horeb, en la brisa suave que es la Presencia de
Dios en todas las cosas.
Meditar es calmar y acallar la mente. Es mucho más que
sentarse, quedar quietos y callar, pero es muy bueno sentarse, quedarse quieto
y callar. Y liberarte de las ideas que te torturan, de tus angustias, miedos y
rencores. Y, libre de tus pensamientos, desapegado de tu ego, simplemente
atender, recoger toda tu atención en la misteriosa Presencia Buena, el Presente
que te envuelve y eres. Y mirarlo todo en su simplicidad primera, con mirada
compasiva.
Para ejercitar la simple y pura atención, puedes
fijarla en tu respiración, o en tu cuerpo, o en un mantra o una jaculatoria
cualquiera, o en una imagen que te inspira.
Meditar así cada día es la mejor medicina, y tú mismo
lo podrás comprobar, pero solo a condición de que no busques ningún resultado,
ningún remedio.
A condición de que te recojas humildemente,
simplemente, como un niño en brazos de su madre.
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