LA ENFERMEDAD
La salud y la enfermedad nos son conocidas por observación de lo que
ocurre a nuestros parientes y conocidos y, más tarde o más temprano, también
por lo que a nosotros nos acontece.
En nuestros tiempos se
defiende con ardor los derechos del enfermo y se profesionaliza su cuidado.
Pero más que en otros tiempos descubrimos la debilidad y la soledad del
enfermo.
Los creyentes en el
Dios de la vida no pueden por menos de volver su mirada a las páginas de la
Sagrada Escritura. Y en ellas encuentran la presencia constante del enfermo y
la invitación a prestarle una ayuda afectuosa y eficaz.
1. Una historia de misericordia
La atención a los enfermos es en el
Antiguo Testamento un signo del poder de Dios sobre la misma, aun antes de ser
una ocasión para ejercer la compasión humana.
En sus páginas se encuentra una especie de teología narrativa sobre la
enfermedad. Basta recordar algunos iconos más significativos.
- El profeta Elías se
compadece de la familia que le hospeda en tierra extranjera. El
hijo de la viuda de Sarepta, que le ha acogido en su casa cae enfermo.
El profeta ora por él y se lo devuelve vivo a su madre (1 Re 17,17-24).
- Pero la enfermedad
no afecta sólo a los pobres. Iguala a los poderosos con los humildes. El
profeta Eliseo cura de la lepra a Naamán, jefe del ejército del rey de Aram (2
Re 5).
- Cuando el rey
Ezequías cae enfermo, el profeta Isaías se convierte para él en signo de la
misericordia de Dios (2 Re 20, 1; 2 Cró 32,34; Is 38,1).
De todas formas, la
pregunta más inquietante es la que se refiere al motivo mismo del dolor, el
sufrimiento y la enfermedad. Esta cuestión es la que recorre todo el libro de
Job. La tesis tradicional, repetida por los amigos de Job es que el sufrimiento
se debe a una falta moral. Job se revuelve contra esa interpretación. Su
conciencia no le acusa de culpa (Job 31). El libro se cierra sin una respuesta
a ese misterio. Sin embargo, queda descalificada la atribución automática de la
enfermedad al pecado.
En los poemas
incluidos en la segunda parte del libro de Isaías se dice que el “Siervo de
Dios” asumió nuestras enfermedades, que tienen finalmente un valor salvífico
para otros (Is 53, 4-5). Estas palabras se aplicarán un día a Jesús (Mt 8,17)
2. “Pasó haciendo bien”
El cristiano cree
que la figura y el valor del ser humano
le han sido revelados definitivamente en la palabra y el icono de Jesús, el
Cristo de Dios (cf. GS 22). Él no es sólo Maestro de comportamiento. Es también
un modelo de conducta. Es el ideal mismo de los valores éticos y consujeto del obrar humano responsable.
Jesús de Nazaret ofrece un ejemplo admirable en su cercanía
misericordiosa a todos los enfermos. Los evangelios recuerdan con frecuencia
que sanó a todos los enfermos (Mt 8,16; 14,35).
El evangelio de Marcos
tiene verdadero interés en presentar a Jesús, desde el primer día de su
ministerio público, como el profeta lleno de poder y de compasión hacia los
enfermos. De entre todos ellos, la curación de la suegra de Pedro es una hermosa
metáfora de su misión compasiva (Mc 1, 29-31). Como la mujer enferma, la
humanidad entera yace postrada. Al contacto con Jesús recibe la salvación, que
tiene su signo en la salud corporal. Y una vez sanada puede ya levantarse en
pie para atender a sus huéspedes. Como metáfora de un nuevo itinerario exodal,
la mujer pasa, gracias a Jesús, “de la servidumbre al servicio”.
Utilizando el
expediente de los “sumarios” o resúmenes que identifican el espíritu de la
persona o la comunidad, los evangelios refieren que todos los que tenían
enfermos los traían hasta Jesús(Mc 1,32; Lc 4,40) y los ponían en las calles
para que los curara a su paso (Mc 6,56). De hecho se dice que Jesús sanó a
muchos de enfermedades y plagas (Lc 7,21).
Ese ministerio de
sanación, que lo distingue como el Mesías de Dios, forma parte del mandato de Jesús a sus
discípulos: sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos (Mt 10,8). De
hecho, Jesús los envía a predicar y a sanar a los enfermos (Lc 9,2; 10,9).
Por otra parte, en la
profecía del juicio escatológico Jesús no sólo se identifica con el enfermo
sino que uno de los criterios del mismo juicio es precisamente la visita a los
enfermos (cf. Mt 25,36.39).
Como se sabe, el
evangelio de Juan presenta el espectáculo de una multitud de enfermos que se
apiñan bajo los pórticos de la piscina de Betesda y señala la compasión de Jesús hacia un
hombre que no tiene quien le ayude (Jn 5,3-5).
La curación de un
ciego de nacimiento es una espléndida catequesis sobre la fe. En ese contexto
se plantea de nuevo la pregunta tradicional sobre la relación entre el mal
físico y el mal moral. Jesús responde
afirmando que la enfermedad del ciego de nacimiento no puede ser vinculada a un
pecado personal (cf. Jn 9,3).
En el mismo evangelio,
se recoge el mensaje que Marta y María
que envían a Jesús para hacerle saber de la enfermedad de Lázaro, al que ama.
El relato muestra la amistad de Jesús y, sobre todo, lo presenta como Señor de
la vida (Jn 11, 1-3).
3. Fraternidad y
compasión
Ya desde el principio, la comunidad cristiana
hace suyo el deber moral de atender a los enfermos. El sentido de la
fraternidad se manifiesta en la compasión.
Pero antes que mensaje moral, los
relatos de curaciones de enfermos
revelan la fuerza de Dios que acompaña a los discípulos de Jesús. La curación
del tullido por parte de Pedro se convierte en ocasión para anunciar el
misterio de Jesucristo y el poder que ha concedido a los suyos (Hech 3). En
ellos se repiten las escenas de la vida de Jesús. Al paso de los apóstoles, las
gentes sacan a la calle a sus enfermos, que quedan curados (Hech 5,15; cf.
19,12; 28,29).
En la carta de
Santiago se deja constancia de un rito de oración presbiteral, que se
identifica generalmente con el sacramento de la unción de los enfermos (Stg 5,
14).
Así pues, antes de subrayar la responsabilidad
moral de la nueva comunidad hacia los enfermos, estos relatos son otras tantas
catequesis sobre la presencia de Cristo y su poder en el seno de la Iglesia.
Siguiendo el paradigma
del buen samaritano (cf. Lc 10, 20-37), el cristiano ha de saber descubrir el
dolor, compadecerse del que sufre y prestarle una ayuda eficaz.
José-Román Flecha Andrés
Publicados en la revista
"EVANGELIO Y VIDA".
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