Meditación de un misionero ante la muerte
Sí, estoy listo, y si no fuera porque soy tan feliz como sacerdote, y me encanta tanto esta vida, le diría que incluso tengo ganas.
Tengo ganas de sentir el abrazo de Dios que me perdona y me ama. Tengo ganas de ver a todos los apóstoles que nos han precedido y gracias a los cuales tengo esta fe que me llena la vida de esperanza.
Tengo ganas, sobre todo, de reencontrarme con toda la gente que me ha amado y a la que yo he amado. Todos los familiares y amigos que me han precedido en la casa del Padre.
Y lo que no sé, ahora, es cómo será este hogar. Si será como una pequeña casa adosada de Olot, o si será como una cabaña de barro de Dapaong.
Pero sea como sea, de lo que estoy seguro es que tendré la suerte de estar rodeado de pequeños ángeles negros. Todos estos chiquillos a los que he visto nacer y morir.
Chiquillos que no han tenido tiempo de nada más que de recibir el amor de sus padres. Chiquillos que con cierto miedo me tocaban para asegurarse de que era como ellos. Chiquillos que, con una sonrisa, me venían a pedir un caramelo. Chiquillos que fueron enterrados en un pequeño hoyo en un campo de maíz. Chiquillos que me han precedido para prepararme un lugar.
Y recomenzaremos de nuevo. Porque Jesús ha resucitado y ha subido al cielo para prepararnos un lugar. Un cielo nuevo y una tierra nueva.
(Artículo publicado originalmente en el semanario Catalunya Cristiana)
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