LA PROPUESTA CRISTIANA NO ENVEJECE
“La alegría del Evangelio llena el
corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Así comienza la
exhortación apostólica del Papa Francisco sobre la nueva evangelización (EG).
En ella el Papa recoge las sugerencias
de los obispos que participaron en el Sínodo que se celebró en Roma en octubre
de 2012. Pero, sobre todo, traza todo un programa de ideales y estrategias para
orientar a la Iglesia a salir a la calle con el anuncio del Evangelio.
Ya desde el primer momento, afirma que
quienes se dejan salvar por Jesús son liberados del pecado, de la tristeza, del
vacío interior y del aislamiento. “Con Jesús siempre nace y renace la alegría”
(EG 1). Esta afirmación puede parecer pretenciosa a los que presumen de haber
encontrado la alegría en las mil diversiones que oferta nuestro mundo. Pero el
documento papal ignora el rebrillo de los anuncios comerciales.
Es más, se atreve a señalar tres
manantiales de los que brota la tristeza de nuestra generación: “El gran riesgo
del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una
tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda
enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (EG 2).
Lamentablemente, también muchos
creyentes se ven atrapados en esas redes de la tristeza. Por eso “se convierten
en seres resentidos, quejosos, sin vida”. Pero ese no es el deseo de Dios. “Esa
no es la vida en el Espíritu, que brota del Corazón de Cristo resucitado”.
EL MENSAJE BÍBLICO
Tras esta breve mirada a la realidad
actual, el Papa recuerda algunos textos de los profetas de Israel, como Isaías,
Zacarías y Sofonías, que anunciaban los tiempos del Mesías como una era marcada
por el sello de la alegría. “Es la alegría que se vive en medio de las pequeñas
cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro
Padre Dios: Hijo en la medida de tus posibilidades, trátate bien (…) No te
prives de pasar un buen día” (Sir 14,11.14).
Más frecuentes aún son las invitaciones
del Evangelio a vivir en la alegría. La alegría es la palabra con la que el
ángel Gabriel saluda a María. La alegría impregna el canto de María cuando
visita a Isabel. Jesús mismo se llena de alegría frente a sus discípulos. Y su
mensaje ha de ser fuente de gozo para ellos.
Según el libro de los Hechos de los
Apóstoles, la alegría refleja el buen espíritu de las primeras comunidades
cristianas, aun en momentos de persecución. La fe y el bautismo son fuente de
alegría, tanto para el eunuco que encuentra Felipe, como para el carcelero de
Filipos que escucha asombrado a Pablo y a Silas (EG 5).
EL DESAFÍO Y LA NOVEDAD
Sin embargo, en nuestro tiempo muchos
cristianos parecen vivir una Cuaresma sin Pascua, tal vez por las dificultades
que tienen que afrontar. Retomando unas palabras de Pablo VI, afirma el Papa
Francisco que “la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de
placer, pero encuentra muy difícil generar la alegría” (EG 8).
Vivimos aislados en nuestra conciencia.
Pero si acogemos el amor de Dios encontraremos el sentido de la vida y el
manantial de la acción evangelizadora. La vida se acrecienta dándola. Y la fe
se mantiene cuando se anuncia y comunica. Ahí está para el cristiano la
verdadera realización personal.
“El anuncio renovado ofrece a los
creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y
una fecundidad evangelizadora” (EG 11). En esa llamada a anunciar el evangelio
encuentra el creyente la máxima novedad. “La propuesta cristiana nunca
envejece”. Dios mismo provoca, orienta y acompaña la verdadera y auténtica
novedad.
Anunciar el Evangelio es un desafío
para la Iglesia. Pero es también para ella la fuente de las mayores alegrías.
Con este prólogo entusiasta se abre
esta preciosa exhortación apostólica que coloca a todos los católicos frente a
la tarea de una nueva evangelización.
José-Román Flecha Andrés
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