‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor’.
Tenemos delante uno de los textos más hermosos del Evangelio. Es una oración de agradecimiento de Jesús, a la que nos unimos. Ponemos los ojos en la gratuidad desbordante del Padre; su corazón tiene un sitio preferencial para los pobres y sencillos de la tierra. Nos asombra que se multiplique de este modo el milagro de la vida. Ponemos los ojos en los pequeños para percibir en ellos los latidos de Dios, las cosas importantes, las del Reino. Han tenido la suerte de escuchar el Agua viva y les brotan de los adentros torrentes de sabiduría. Acogemos la misteriosa sabiduría que el Padre quiere comunicarnos a través de ellos. Son nuestros maestros de oración. ¡Cuánto tenemos que aprender! Ponemos los ojos en nosotros, optamos por lo pobre que todos tenemos, miramos de frente nuestra fragilidad. Hasta reconocer el propio don, el que nos hace a todos hermanos, hijos del mismo Padre. Gracias, Padre nuestro. En los sencillos, eres gracia. En los limpios, manantial. En todos, amor gratuito. Gracias, Padre.
‘Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’.
¡Qué forma tan bella de hablar del Padre tiene Jesús! Orar es escucharle. ¡Qué palabras tan audaces, tan verdaderas, para contar la Buena Nueva! El Padre es el que se entrega por entero, nunca se cansa de dar, es amor. ¿Quién más amigo de dar que Él? Todo lo que es se lo entrega a Jesús. Y Jesús todo lo pone en nuestras manos, nos revela al Padre. ¡Qué bella dinámica de recibir y de dar! Miramos a María. Su belleza está en aprender a recibir. Estremecida por el gozo, nos cuenta las maravillas de Dios. Así oramos. Quedamos empapados en la vida del Padre y comunicamos a otros el don de la belleza que no se apaga. Espíritu Santo, enséñanos a recibir de quien es tan amigo de dar.
‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré’.
Jesús quiere comunicarnos el misterio del Padre para que tengamos vida. ‘Venid a mí’. El cansancio y el agobio no nos dejan vivir. Jesús nos invita mostrándose humano, compasivo, cercano, entrañable, acogedor. ‘Venid a mí’. Jesús nos llama a estar con Él. Nos mete en su alegría. Nos regala el Espíritu. ‘Venid a mí’. Jesús nos desafía a ver si somos capaces de confiar en Él. Nadie nos ama como Él. Ningún otro amor crea la belleza y libertad que Él crea en nosotros. ‘Venid a mí’. Cuando cesan los ruidos, comienza la canción del corazón. Cuando el corazón se siente amado, comienza la fascinante aventura de vivir, amar y servir. ‘Venid a mí’. Con todos los pequeñitos de la tierra acudimos a ti, Señor Jesús. Ahora, en este momento, fijamos en ti los ojos, dejamos en ti nuestros agobios y cansancios, nos dejamos amar por Ti. Gracias, Jesús.
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