Son
trece páginas manuscritas con una caligrafía uniforme, apenas corregidas por
una docena de palabras introducidas entre líneas. Así se presenta el texto del
“Pensiero alla morte”, el impresionante “Pensamiento ante la muerte” que nos
legó el Beato Pablo VI. He aquí siete de sus ideas fundamentales.
• El Papa se hace unas preguntas muy personales: “¿Yo quien soy?
¿Qué es lo que queda de mí? ¿A dónde voy? ¿Qué debo hacer? ¿Cuáles son mis
responsabilidades?” De todas formas no entabla un monólogo subjetivo, sino un
diálogo con la Realidad divina, “de la que vengo y a la que ciertamente voy”, a
la luz de Cristo.
• A la hora de su muerte, Pablo VI desea permanecer en esa luz
que aclara las memorias más bellas y atrayentes, aunque incompletas y
nostálgicas. Esa luz que nos revela la vaciedad de una vida fundada sobre
bienes efímeros y esperanzas falaces. Desea expresar su gratitud, puesto que
todo el camino recorrido es un don y una gracia. A pesar de sus dolores, esta
vida es un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor.
• El Papa evoca el panorama encantador de este mundo inmenso,
misterioso y magnífico. Y se lamenta de no haber admirado lo suficiente este
cuadro en que se revelan las maravillas de la naturaleza. Pero, al menos al
final, quiere reconocer qué estupendo es este mundo, creado por la Sabiduría y
por el Amor de un Dios Creador y Padre nuestro.
• Además, Pablo VI quiere aprovechar “la hora undécima” para
hacer algo importante, antes de que sea demasiado tarde. Y se pregunta cómo
reparar las acciones mal hechas, cómo recuperar el tiempo perdido y como
aferrarse a “lo único necesario” en esta última posibilidad de elección. Así
que a la gratitud acompaña el arrepentimiento y la petición de misericordia.
• Con todo, el Papa no quiere
solamente mirar hacia atrás. Desea hacer de buena gana, simple, humilde
y fuertemente el deber que exigen sus circunstancias, en las que ve la voluntad
de Dios: “Hacer pronto; hacerlo todo; hacerlo bien; hacer alegremente lo que
ahora Tú quieres de mí”.
• En ese momento, Pablo VI evoca su vida, confiesa que ha vivido
para el servicio de Dios y para el amor a Dios. Por eso trata de reunir las
fuerzas que le quedan para no retraerse de la donación total de su vida, para
hacer de su muerte un puente hacia el gran encuentro con Cristo en la vida
eterna.
• Ruega al Señor que le conceda la gracia de hacer de su muerte,
ya cercana, un don de amor a la Iglesia. “Siempre la he amado; fue su amor lo
que me sacó de mi sórdido y selvático egoísmo y me orientó a su servicio; por
ella, y no por otra cosa, me parece haber vivido. Pero quiero que la Iglesia lo
sepa y tener la fuerza para decírselo, como una confidencia del corazón, que
sólo se tiene el valor de hacer en el último momento de la vida”.
Ahora que ha sido declarado Beato, agradecemos a Pablo VI
el amor que manifiesta a todos los
hombres, con los que ha tratado de compartir la efusión del Espíritu Santo.
José-Román Flecha Andrés
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