Las claves para no criticar a los demás: Autoeducación y desapego


A Girl Thinking - Sad - Sadness


Queremos ser mejores. Queremos autoeducarnos en las manos de María. Decía la madre Teresa de Calcuta: “Quien dedica su tiempo a mejorarse a sí mismo, no tiene tiempo para criticar a los demás”. 

Ahondamos en nuestra vida interior y así vamos mejorando. Somos morada del Dios vivo, del Dios personal que nos ama y así no caemos en esa crítica de los demás que tanto mal nos hace.

Como decía san Pablo, “Nos pasábamos la vida fastidiando y comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros” Tito 3, 1-7. No queremos ser así. Queremos ahondar, profundizar en nuestro mundo interior. Ese mundo tantas veces temido y desconocido.

Y al ahondar así en nuestra vida podremos entonces ahondar y acercarnos al misterio de los otros, sin caer en la crítica. Porque en el alma del otro, también habita Dios. Allí en lo más hondo se esconde su verdad.

Debo descalzarme ante la puerta de su alma igual que Dios se descalza para entrar en la mía.

Jesús sabía mirar así el interior del alma de las personas, su propia alma, con su lupa. No se dejaba impresionar por las categorías humanas, por la fachada superficial, miraba el alma del otro, la del publicano, la de la samaritana, la de la mujer adúltera, la del Buen ladrón arrepentido, la de Pedro que lloraba.

Su mirada no se quedaba nunca en lo de fuera, en la apariencia. Iba más adentro. Así pudo devolver la dignidad a muchos que pensaban que Dios no quería nada con ellos. Porque eso era mentira.

Dios sí que quiere habitar en todos. Ojalá podamos consagrar siempre nuestro corazón a Dios, pertenecerle a Él por entero. Hasta lo más profundo. Con nuestros sentimientos y pensamientos, con nuestra vida y las personas que hay en él, con sus valles y sus montes, sus heridas y sus ríos.

Tenemos mucha necesidad de ser valorados y reconocidos en nuestra verdad. Hace poco decía un deportista: «Quiero ser el mejor de siempre». Y yo pensaba, ¡qué curioso que alguien quiera ser el mejor de toda la historia en algo!

Pero luego comprendí que lo cierto es que mucha gente quiere ser la mejor en lo que hace, la mejor de toda la historia. No es entonces tan curioso.

El deseo de valer es una fuerza muy poderosa en el alma. Es una pulsión que nos lleva a luchar, a darlo todo, a veces pasando por encima de otros, sin respetar su camino, su vida.

Es tan fuerte el deseo de valer, de demostrar que valemos y hacemos las cosas bien, incluso mejor que otros, que podemos perder la perspectiva y dejar de valorar otras cosas más importantes en la vida.

Por conseguir el reconocimiento y la admiración de todos estamos dispuestos a lo que sea. A veces incluso a renunciar al amor, al respeto, a la amistad, a la solidaridad, a la misericordia.

Es tan fuerte el deseo de ser reconocidos y tomados en cuenta que la vida luego puede pasarnos factura. Ese deseo puede aislarnos, puede herir a otros, puede herirnos en lo más hondo.

Y al final, ¿para qué tanto esfuerzo? ¿De qué nos sirve si nos acabamos quedando solos? No sé, ¿es la vanidad la que nos impulsa a ello? ¿Es el orgullo? Puede ser. En definitiva toda esa lucha tiene que ver con un apego a veces excesivo al propio yo.

Decía el Padre José Kentenich: «Generalmente estamos asidos al propio yo mucho más fuertemente de lo que sospechamos. El Señor quiere usarnos como instrumentos. Debemos estar desasidos de nosotros mismos»

Por eso también en el plano religioso podemos dejarnos llevar por nuestro deseo de valer, por el deseo de ser más. Queremos ser los más santos, los más apostólicos, los más religiosos, los que mejor rezan, los más profundos, los mejores cristianos.

P. CARLOS PADILLA EN ALETEIA

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