EL REY PASTOR
“Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su
rastro…Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío”. Ese es
el comienzo y el fin de la primera lectura que hoy se proclama (Ez 34, 11.17).
El profeta Ezequiel ha recriminado de parte de Dios a los malos pastores de
Israel, que se apacientan a sí mismos y
se aprovechan del rebaño.
Por eso Dios promete
arrebatar su rebaño de la mano de esos malos pastores y arrancar las ovejas de
su boca. Y no sólo eso. Dios mismo promete cuidar de su rebaño y velar por él.
Lo conducirá a los mejores pastos, buscará a la oveja perdida y sanará a las
heridas y a las enfermas. A las fuertes y gordas las apacentará como es debido.
Esas palabras podían ser
comprendidas fácilmente por quienes escuchaban al profeta. Tal vez muchos de
ellos se alegrarían de esa intervención del mismo Dios en la situación de
corrupción en que vivían. Pero el profeta sabe que Dios es silencioso y
bondadoso, pero no es imparcial. El
Pastor habrá de juzgar con justicia el comportamiento de unos y de otros.
EL
JUICIO DEL SEÑOR
Al leer el evangelio que
se proclama en esta fiesta de Cristo Rey (Mt 25,31-46) imaginamos sin duda el
fresco del Juicio Final que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina. Esa
impresionante escena nos lleva a examinar nuestro comportamiento diario. Pero
este texto es sobre toda una reflexión sobre Jesús, su identidad y su misión,
como se ve por los títulos que se le atribuyen.
• Jesús es el Hijo del Hombre y el hijo del Padre, cuya
bendición y maldición pronuncia como una sentencia definitiva en el momento
decisivo de la historia.
• Jesús es el Pastor, que
conoce con tal profundidad a sus ovejas y a sus cabras que puede separarlas
justamente de acuerdo con la índole y la
conducta que han observado.
• Jesús es el Rey y el Señor, que administra justicia de acuerdo
con las acciones y las omisiones de los que deberían haberlo reconocido,
acogido y socorrido durante su vida.
El texto sugiere todavía una reflexión inolvidable. El pueblo de
Israel esperaba un Mesías que viniera a hacer justicia a sus gentes y a
castigar a sus enemigos. Pero el texto evangélico anuncia que ante el
Rey-Pastor se reunirán “todas las naciones”. El juicio universal del Señor se
pronuncia sobre los que se sienten elegidos por él, y también sobre aquellos
que no lo conocen.
Y EL
CRITERIO DEL JUICIO
Tras invitarnos a contemplar al Juez, el evangelio de hoy nos
invita a volver la mirada a los que han de ser juzgados por él, a reflexionar
sobre el criterio del juicio, y considerar el destino que les aguarda: a unos
el Reino “preparado” para ellos, y a otros el fuego que no estaba en principio
“preparado” para ellos.
• “Venid benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis
de comer”. Jesús había ya declarado una norma fundamental: “Quien a vosotros
recibe a mí me recibe; y quien me recibe a mí, recibe a aquel que me envió” (Mt
10,40). El camino estaba claro. El juicio evidencia que algunos habían aceptado
esa identificación de todo hombre con Jesús y con su Padre.
• “Apartaos de mí malditos… porque tuve hambre y no me disteis
de comer”. El diálogo se repite. El criterio de la justicia no es la aceptación
de unas verdades de fe ni el número y fervor de unas oraciones. El juicio
consiste en examinar si los juzgados han comprendido que todo servicio de amor
a los “humildes” era un servicio prestado a Jesucristo, el “hermano” universal.
- Padre nuestro
celestial, tú nos has preparado un Reino, como nos ha anunciado tu Hijo. Sólo
nos pides que lo reconozcamos y ayudemos a él en los más frágiles y humildes de
nuestros vecinos. Porque con ellos se ha identificado Jesús, tu Hijo y nuestro
hermano, que vive y reina y nos espera por los siglos de los siglos. Amén.
José-Román Flecha Andrés
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