Platero y yo: La búsqueda por Juan Ramón Jiménez
del origen de la belleza observada
Y a lo sagrado que representa el sol, todo le rinde el
silencio como homenaje, y cuando está en el Poniente, todas las cosas le son
atraídas como en éxtasis. Y esta atracción en realidad se dirige a alguien.
del origen de la belleza observada
De
hecho también a Cristo se le ha atribuido este símbolo, Sol de Justicia, que
recapitulará todas las cosas al final conforme rebela el Nuevo Testamento
(Efesios 1,10). Pero más cerca que este Sol están los
niños.
El Cielo es un mundo de niños
Es
difícil encontrar fotografías de Juan Ramón sonriente, salvo cuando aparece con
algún pequeño. Por ejemplo en la escuela de Puerto Rico donde acudía para leer
a los niños ciegos. En Moguer los pequeños van a la miga, a la guardería. Y lo
hacen para desasnarse. Y el poeta está empeñado en matricular a su ignorante
compañero: “Si tú vinieras, Platero, con los demás niños, a la miga,
aprenderías el a, b, c, y escribirías palotes”.
En
cuanto al poeta, siempre sigue este lema: lo mejor, para los niños. Así el
cielo también está reservado para ellos. Como “el niño tonto, que desde la
calle de San José se fue al cielo”. El Cielo pues, se diría que es “un mundo de
niños, que le está rezando a la tierra un encendido rosario- así define Juan
Ramón a las estrellas- de amor ideal”. O la joven tísica cansada de caminar y
que, al subirse a Platero, parecía un ángel “camino del Cielo”. Y la pregunta
que se hace ante los niños: “¿habrá un paraíso de los pájaros? ¿Habrá un vergel
verde sobre el cielo azul?”. La respuesta a preguntas como estas iban a
llegarle pronto.
Una vivencia sobrenatural
La
esposa del poeta, Zenobia Camprubí, había traducido al español más de cincuenta
títulos de Rabindranah Tagore. Por esto, la cercanía con este místico oriental
presagiaba en Juan Ramón un encuentro especial en el otoño de su vida. Así
durante un viaje en barco desde los Estados Unidos hasta Argentina, el poeta
andaluz tiene una vivencia arrebatadora.
En una
carta explica Juan Ramón como “de pronto, al poner el pie en el estribo del
coche …, lo sentí, es decir lo vi, lo oí, lo gusté, lo toqué. Y lo dije, lo
canté en el verso que él me dictó.”
Si se
trató de una experiencia mística, o una previsible aproximación a la Fe, o como
ha dicho la crítica racionalista, un encuentro consigo mismo, con su conciencia
de existir, poco podemos afirmar. El poeta es de rico mundo interior, pero de
temperamento hermético, por lo que no comparte las circunstancias de esta
vivencia. Sin embargo, tenemos algunas certezas. Entre ellas, que fue una experiencia
gozosa:
“…
dios deseado y deseante, el dios de la belleza, de lo hermoso, conciencia mía
de lo hermoso”.
El mismo relato de Platero y yo es la esperanza de su
nuevo amigo
En
este encuentro descubrió que toda su poesía anterior es como un mundo que le ha
ido preparando a esa otra persona. Y esta vivencia arrebatadora se presagia por
tanto en el Platero, por ejemplo en la transfiguración de Moguer en
rosas que caen a la hora del ángelus:
“Parece,
Platero, mientras suena el Ángelus, que esta vida nuestra pierde su fuerza
cotidiana, y que otra fuerza de adentro, más altiva, más constante y más pura,
hace que todo, como en surtidores de gracia, suba a las estrellas, que se encienden
ya entre las rosas… más rosas”.
Sin
duda la intuición del lector resolverá los flecos que el poeta no quiso
explicar.
Pues
dice Ortega que todo estilo estético implica una opción ética y, según
Fernández Berrocal, la de Juan Ramón fue la dejar eternidades, “constancias del
alma humana”, haciendo del escribir del poeta, como de su vivir, un poema.
Y no
fue su vida un poema sólo buscado o intentado, sino que al final, su vida
resultó un poema conseguido. Por ello, pudo escribir su verso con D mayúscula:
El Dios. El nombre
conseguido de los nombres.
Ignacio Pérez Tormo
Ignacio Pérez Tormo
No hay comentarios:
Publicar un comentario