TESTIMONIO EN LA DIASPORA



Hace muchos años una profesora de “Educación Plástica” me puso como deberes hacer un dibujo con nuestra profesión futura. Recuerdo que dibujé un mapa de África con una cruz. Era mi manera de expresar que quería ser misionero. Probablemente lo hice pensando que esa vocación le gustaría a mi profesora y que eso me subiría la nota. O quizá había algo de auténtico…

Pasaron los años y me convencí que mi vocación era ser médico. Curar a la gente, sentarme al pie de la cama del enfermo. Comencé la carrera con toda la ilusión y la determinación que se puede uno imaginar. Pero Dios puso todo patas arriba. Dejé la carrera con mucho dolor para finalmente entrar en el noviciado de los jesuitas. Lleno de dudas, sí, pero igualmente convencido e ilusionado.

Durante 4 años avancé en mi formación como jesuita y comprendí que tenía que abandonar el deseo que creía más arraigado en mí: ser médico. Tenía que ser libre y estar disponible para aquello que la Compañía necesitara. Puedo prometer que el día de mis votos me sentí el hombre más libre del mundo: estaba dispuesto a dejarlo todo, a dejar mi sueño de ser médico y ponerme enteramente a disposición de lo que la Compañía quisiera de mí.

Han pasado 8 años y hoy escribo estas líneas desde un hospital de África, siendo médico y jesuita. Realmente Dios tiene una manera curiosa de hacer las cosas. Hay en mi vida como un hilo que nunca se ha roto, aunque he tenido que renunciar a mis sueños para luego reencontrarlos de la manera más imprevista. Dios no me ha soltado de la mano. Me ha ido conduciendo y me lo imagino con una sonrisa tranquila. Como probablemente sonrió el día que pinté un mapa de África con la cruz para ganarme a la profesora de Plástica. No sabía en qué lío me estaba metiendo…

Carlos Gómez Vírseda sj desde el Tchad

No hay comentarios:

Publicar un comentario