Martes V
Nm 21,4-9
Jn 8,21-30
Jesús les volvió a decir: “Yo me voy, y vosotros me buscaréis, pero
moriréis en vuestro pecado. A donde yo voy vosotros no podéis ir”. Los judíos
decían: “¿Acaso estará pensando en matarse y por eso dice que no podemos ir a
donde él va?”. Jesús añadió: “Vosotros sois de aquí abajo, pero yo soy de
arriba. Vosotros sois de este mundo, pero yo no soy de este mundo. Por eso os
he dicho que moriréis en vuestros pecados: porque si no creéis que yo soy,
moriréis en vuestros pecados”. Entonces le preguntaron: “¿Quién eres tú?”.
Jesús les respondió: “En primer lugar, ¿por qué he de hablar con vosotros?
Tengo mucho que decir y juzgar de vosotros; pero el que me ha enviado dice la
verdad, y lo que yo digo al mundo es lo mismo que le he oído decir a él”. Pero
ellos no entendieron que les hablaba del Padre. Por eso les dijo: “Cuando
levantéis en alto al Hijo del hombre, reconoceréis que yo soy y que no hago
nada por mi propia cuenta. Solamente digo lo que el Padre me ha enseñado. El que
me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo siempre hago lo que
le agrada”. Al decir Jesús estas cosas, muchos creyeron en él.
Preparación: Hemos leído en los días pasados las discusiones de Jesús con los jefes
de los judíos. En ellas Jesús se revela como Hijo de Dios y como
Redentor de sus hermanos. En los deseos de prender a Jesús se va adivinando la
cruz, Esa cruz que cantan los versos de Santa Teresa de Jesús: “En la cruz está
el Señor de cielo y tierra, y el gozar de mucha paz aunque haya guerra. Todos
los males destierra en este suelo, y ella sola es el camino para el cielo”.
Lectura: Según el libro de los Números, una plaga de las serpientes atacó a los
israelitas en el desierto. Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó
sobre un mástil. levantó en medio del campamento. Al mirarla quedaban curados
todos los mordidos por las serpientes venenosas. En su diálogo con Nicodemo,
Jesús se comparó con aquella serpiente de bronce. En el evangelio que hoy se
proclama, él evoca de nuevo aquella imagen, diciendo: “Cuando levantéis en alto
al Hijo del hombre, reconoceréis que yo soy y que no hago nada por mi propia
cuenta. Solamente digo lo que el Padre me ha enseñado”. Al ver a Jesús en la
cruz, descubrimos en él no sólo al Rey de los Judíos, sino a nuestro Señor y
Salvador.
Meditación: En el texto evangélico que hoy se proclama nos llama la atención
la pregunta que dirigen a Jesús los jefes de los judíos: “¿Quién eres
tú?”. Esa es la pregunta fundamental de quien desea creer, pero también
la pregunta inevitable de quien ya ha recibido el don de la fe. Esa es la
pregunta que hemos de formularnos y dirigirle a él cada día. Jesús parece
eludir la respuesta. En realidad ofrece una respuesta doble. Quién es él lo
revela el Padre celestial por medio de las obras que le ha confiado. Y, además,
quién es él quedará manifiesto cuando sea elevado en la cruz.
Oración: “Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor,
Dios nuestro”. Amén.
Contemplación: Volver los ojos a Cristo crucificado es reconocer su amor por
nosotros. El papa Benedicto XVI escribió que la cruz de Cristo es la verdadera
zarza que arde sin consumirse. En Jesús crucificado se nos muestra el amor de
Dios que también a nosotros desea liberarnos de toda esclavitud. Y sin embargo,
nos cuesta descubrir en la cruz ese camino de libertad. Preferimos morir
sumergidos en el fango de nuestros pecados. En un sermón predicado
durante la cuaresma, afirmaba ya San Juan de Ávila: “No hay quien siga a
Jesucristo en su cruz, en su pasión, en sus tormentos, en su hambre y en su sed
y desnudez”.
Acción: Aceptar la cruz como la aceptó Jesús: ese es el camino del seguimiento
que él señaló a sus discípulos. Hoy podemos preguntarnos por qué nos cuesta
tanto volver nuestra mirada hacia el Crucificado.
José-Román Flecha Andrés
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