El Resucitado conserva
en las manos y el costado, abiertas, sus heridas. Es el Crucificado quien se
nos presenta Vencedor de la muerte y capaz de engendrar en nosotros su Vida.
Nos quiere mostrar sus heridas para que sepamos que se las ha apropiado, son las
nuestras, pero le pertenecen porque ha cargado con nuestros delitos. Mostrar a
otros las propias heridas es un desafío, supone apertura y humildad. Tocar, con
pasmo, las heridas de los demás es un acto de comunión que nos resucita y nos
incluye como a Tomás en la resurrección del Siervo.
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