Gn
1,1-2,2
Ex
14,15-15,1
Rm
6,3-11
Mt
28,1-10
ABRIL 4
Pasado
el sábado, al amanecer el primer día de la semana, María Magdalena y la otra
María fueron a ver el sepulcro. De pronto hubo un fuerte temblor de tierra,
porque un ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose al sepulcro, quitó la
piedra que lo cerraba y se sentó sobre ella. El ángel brillaba como un
relámpago y su ropa era blanca como la nieve. Al verle, los soldados temblaron
de miedo y se quedaron como muertos. El ángel dijo a las mujeres: “No os
asustéis. Sé que estáis buscando a Jesús, el crucificado, pero no está aquí; ha
resucitado, como dijo. Venid a ver el lugar donde lo pusieron. Id aprisa y
decid a sus discípulos: ‘Ha resucitado y va a ir a Galilea antes que vosotros.
Allí le veréis’. Esto es lo que yo tenía que deciros”. Las mujeres se alejaron
a toda prisa del sepulcro, asustadas pero, a la vez, con mucha alegría, y
corrieron a llevar la noticia a los discípulos. En esto, Jesús se presentó ante
ellas y las saludó. Ellas, acercándose a Jesús, le abrazaron los pies y le
adoraron. Él les dijo: “No tengáis miedo. Id a decir a mis hermanos que se
dirijan a Galilea, y que allí me verán”.
Preparación: En el silencio del sábado santo acompañamos a María en su
soledad y meditamos el descenso de Cristo a la morada de los muertos. Jesús ha
asumido nuestra condición humana y ha aceptado el misterio de la muerte. “Si el
grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho
fruto“ (Jn 12,24). Pero al atardecer del sábado entraremos en el templo a la
luz de nuestras velas que reciben su luz del cirio de la pascua.
Lectura: La abundante palabra de la
Sagrada Escritura nos invita a recorrer la historia de la Salvación. La
creación del mundo y la creación del hombre marcan el inicio de la intervención
de Dios en la historia humana. Esa historia pasa por la liberación de Israel y
por el anuncio profético de un corazón nuevo. El relato evangélico que es
proclamado en esta noche santa nos invita a acompañar a dos mujeres que se
dirigen al sepulcro de Jesús. No encuentran su cuerpo. Un ángel les desvela el
misterio de esa ausencia. Jesús ha resucitado como lo había dicho.
Meditación: La constatación del hecho de la resurrección se convierte en
noticia que han de trasmitir las mujeres a todos los seguidores de Jesús. El
evangelio de Mateo, que se proclama este año, deja constancia de que Jesús les
sale al encuentro para invitarlas a la alegría y a la superación del miedo. “No
tengáis miedo; id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me
verán”. Con esa nueva fortaleza han de anunciar el mensaje que les ha sido
encomendado. Todo nos hace pensar que esta palabra se proclama para nosotros.
Nosotros hemos recibido la revelación de la resurrección de Jesús. Nosotros
participamos de la alegría pascual. Nosotros hemos de anunciar esta buena
noticia a todos nuestros hermanos.
Oración: Alborea el primer día de
una nueva semana que no tendrá fin. Con toda la Iglesia pedimos el don de una
nueva vida: “Oh Dios, que iluminas esta noche santa con la gloria de la
resurrección del Señor, aviva en tu Iglesia el espíritu filial, para que
renovados en cuerpo y alma, nos entreguemos plenamente a tu servicio. Por
Cristo nuestro Señor. Amén”.
Contemplación: En el cirio pascual, cuya luz compartimos esta noche,
contemplamos al Cristo resucitado. En el cirio vemos esta noche la imagen de
Cristo que ilumina las tinieblas del mundo. E ilumina también las tinieblas que
a veces se apoderan de nuestro corazón. “Esta es la noche en que, rotas las
cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”. El solemne pregón
pascual canta la grandeza de esta noche en la que la oscuridad es vencida por
la luz, y el pecado es vencido por la gracia.
Acción: El Señor resucitado nos ha llamado para ser testigos de su vida
y anunciadores de la gran esperanza. Hemos de comprometernos en ese anuncio. Él
nos acompaña por el camino. Amén. Aleluya.
José-Ramón Flecha Andrés
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