Dios está más allá de cualquier tierra, gobernante o edificio de iglesia. Dios está también más allá de cualquier concilio de la iglesia y de cualquier papa, por muy auténticos e importantes que sean. La noche oscura de dolor y de inseguridad que experimentamos, cuando sentimos como si estuviéramos "junto a los canales de Babilonia", es dolor purificador que va unido a la conciencia de que todo es religiosamente precioso para nosotros, de que queremos identificarlo todo con Dios mismo, pero que por fin resulta crucificado (tal como le ocurrió a Jesús) y, tras la desilusión, nos encontramos como en una caída libre, perdiendo el control de lo que antes anclaba nuestra fe.
Y continuaremos en caída libre hasta que, por fin, nos despojemos de todo para aterrizar justamente en la roca de fondo de la fe misma: en DIOS mismo, que nos proporciona solidez más allá de todas las tierras, reyes y templos materiales.
Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.
Allí los que nos deportaron
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, divertirlos:
"Cantadnos un cantar de Sión."
¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha;
que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías.
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