Me gusta muchísimo el poema de Enrique García-Máiquez “La higuera estéril”, de su libro Con el tiempo. En los primeros versos, donde se da cuenta sucinta de los hechos, el autor, finísimamente, diríamos que con muy buena educación, comienza reprochándole a Jesús su impaciencia: “maldijo Jesucristo (la higuera) / sin pararse a esperar” (El subrayado es mío). No, Jesús no espera y sacrifica la higuera “a una enseñanza dura para todos”. Pero el autor, llevado de la compasión, no se conforma con el consumatum est de esta higuera condenada a no dar frutos. Nos cuenta entonces como continuó su historia. “Dio la leña más seca”, que encendió por eso “las mejores fogatas del invierno”, a cuyo “arrimo / se juntaron extraños”, “se inflamaba el amor de los esposos” y “los niños reían sin motivo”. Y no sólo la mejor leña sino también buena madera, de la que se hizo “alguna viga” que “sostuvo una casa”, y “una tabla” de un barco “que llegó hasta Tarsis”. Y de la compasión nace la audacia. Otra vez, finísimamente, diríamos que con muy buena educación, el autor le enmienda la plana a Jesús y termina así su poema:
“Aquella higuera pobre, sólo sombra
y polvo, recibió una maldición
y en ese mismo instante fue bendita.
Cuántos frutos la higuera. Siempre es tiempo”.
¿Se identifica aquí el autor con el viñador que, según la versión de Lucas (13, 69), tras recibir la orden del dueño de cortar una higuera que llevaba tres años sin dar fruto, intercede por ella y le responde: "Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas”? ¿"Corrige" al evangelio con el evangelio, a Jesús con Jesús?
Enrique García-Máiquez
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