Ahí estás, Jesús, pasando por nuestras calles. Saliéndonos al encuentro desde tantos lugares inesperados. En el semáforo, en la oficina, en las aulas, en una cafetería… Te asomas cada día a la pantalla de nuestro ordenador, en forma de canción, de poema, de testimonio. Nos llamas, en las noticias, que llegan a diario, hablando de amor, de guerra, de necesidades, de sueños, de pecado, de resurrección. Eres grito, y dices nuestros nombres, mi nombre: Juan, Andrés, Javier, Elisa, Marta, Alberto, Selena, Carlos, José, Natalia… y en tu voz hay urgencia, y cariño, y la convicción de que quieres ofrecerme lo mejor para la vida: un sentido, una causa, y mucha gente con la que compartirla. Y me dices: “Sígueme”. Y yo quiero seguirte, aunque no siempre sé cómo. Seguirte en la forma en que gasto el tiempo. Seguirte, al buscar espacios donde escuchar tu palabra o compartir tu mesa. Seguirte, compartiendo el camino con otros que también te siguen. Seguirte, con la toalla ceñida a la cintura, para servir, como tú. Seguirte, haciendo del amor, tu amor, mi única bandera…
(Rezandovoy)
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