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Hace un mes, el sábado 16 de marzo las costas ecuatorianas sufrieron una de las mayores desgracias naturales. Un terremoto de 7,8 grados en escala de Richter sacudió al país. Hasta el momento se han registrado más de 600 víctimas mortales, cerca de 4000 heridos y casi 30000 damnificados. Si bien fue una catástrofe mortal como muchas otras alrededor del mundo, este tipo de situaciones reflejan la pequeñez del ser humano frente a la naturaleza como testimonio de fenómenos que lo desbordan y lo dejan marcado para toda la vida. El terremoto dejó víctimas pero también cientos de muestras de solidaridad que después de un mes no se detienen.
Esto es un claro ejemplo de la llegada del espíritu de Dios en Pentecostés. Después de la muerte, llenos de miedo, estamos invitados a construir desde cero, a generar esperanza y sobre todo anunciar que Dios está con nosotros.
Con lo que me quedo de esta tragedia es que no podemos dejar que nuestras vidas se queden inmovilizadas por el temor, la angustia y la desesperación. Sino que siempre debemos pensar en que la historia continúa, y no es una historia cualquiera, para nosotros cristianos es una historia de salvación. Donde lo mejor está por venir.
E Ignaciana
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