En medio de una noche cerrada, de esas que la luna no es capaz de iluminar ni siquiera nuestras botas, dos hombres se encuentran en medio de un bosque a la orilla de un río, poco a poco comienzan a escuchar un quejido que conforme avanzan parece proceder de los mismos infiernos. El temor los sobrecoge y piensan en todo tipo de locuras, sus hipótesis son a cada cual más nefasta, su ánimo está perdido y se ha despertado en ellos un instinto tan grande de supervivencia que los paraliza.
Por la mañana y a la luz del día ven que lo que parecía ser la boca del averno, no es más que un molino abandonado a la orilla del río cuyos batanes siguen funcionando por la fuerza del agua. Esto me hace pensar que en muchas ocasiones nuestra vida está llena de ruidos que la noche es capaz de hacerlos más grandes y monstruosos de lo que realmente son. Vivir la resurrección tiene que ser algo así como iluminar la oscuridad para saber ver molinos en donde veíamos fantasmas.
(Inspirado en el C. XX de la primera parte del Quijote. E Ignaciana)
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