DOCTORA DEL AMOR UNIVERSAL
Comenzamos
el mes de octubre recordando con alegría la figura de santa Teresa del Niño
Jesús y de la Santa Faz. Solo vivió 24 años, sumergida en el silencio y en la
oración del Carmelo de Lisieux. Y sin embargo, nos sorprende ver que es
conocida y amada en todo el mundo.
En
la vida de mi madre jugó un papel muy importante la “Historia de un alma”, que
había comprado siendo muy joven, y que procurábamos leerle cuando ella ya no
podía hacerlo. Aquel libro fascinante, que recogía el relato de la vida
espiritual de aquella carmelita francesa, ayudó al mundo a descubrir la fuerza
invencible de la debilidad.
Así
es. Santa Teresita no es conocida por haber hecho grandes cosas, sino por haber
elegido precisamente lo más pequeño, es decir, el humilde camino de la infancia
espiritual. El difícil arte de llegar a hacerse como niños. No en la
inconsciencia sino en la inocencia de los pequeños.
Esta
humilde monja de clausura, hija de padres que ya han sido canonizados por la
Iglesia, hubiera deseado recibir todos los dones y carismas. Pero le pareció
que todos ya habían sido repartidos generosamente por el Espíritu. La Iglesia
había sido tan ampliamente enriquecida con tantos los dones que le parecía
imposible encontrar su propia tarea.
Sin
embargo, en la oración llegó santa Teresita a descubrir el puesto que le había
sido asignado por el mismo Dios. Lo suyo
había de ser el puesto del corazón en el seno de la Iglesia. Así pues, a ella
le correspondía el humilde servicio del amor a todos. Un amor universal, que no
podía quedar encerrado tras los muros de su convento.
A
muchas personas les pareció bastante extraño que ya en 1927, el papa Pío XI la
nombrara patrona de las misiones, precisamente a ella, que nunca había viajado
a otros continentes. Más sorprendente
aún fue que san Juan Pablo II en 1997 le concediera el título de doctora de la
Iglesia. Poco después la definió como “experta en la ciencia del amor”.
En
este año jubilar de la misericordia nos alegra recordar cómo esta carmelita
descubrió la misericordia de Jesús: “A mí me ha dado su misericordia infinita,
y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas… Todas se
me presentan radiantes de amor. Incluso la justicia (y quizás más aún que todas
las demás), me parece revestida de amor”.
Hoy
nos parece vivir sumergidos en una sociedad crispada, corrupta y altanera. No
es extraño que, precisamente en este momento, el Papa Francisco nos haya dicho
que, al recordar a santa Teresa del Niño Jesús, “nos hará bien pensar en el
espíritu de humildad, de ternura de bondad. Este espíritu manso, propio del
Señor, que lo quiere de todos nosotros”.
José-Román
Flecha Andrés
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