Cuántas veces camino sin rumbo fijo. Voy seguro de mí mismo sin percibir que, en realidad, me encuentro tan perdido que hasta me olvido de adónde voy y a qué. Una solución es mirar la propia vida según el primer modo de orar de los Ejercicios Espirituales [cf. 238]. Más que un ejercicio, es un camino para encontrar sentido, para saber hacia dónde apuntan nuestros pasos.
Lo primero es reconocer nuestros ideales, dónde tenemos las seguridades, cuáles son nuestros valores, qué es lo que nos da esperanza. Poner delante todo aquello que nos define y nos sostiene. Meditar aquello en lo que creemos, por lo que nos despertamos cada mañana, nuestro amor primero. Ignacio de Loyola nos propone hacerlo desde Dios y sus mandamientos: pidiendo Gracia para conocerlos, viendo cómo nos situamos ante ellos y dejando actuar al Señor para mejor guardarlos.
Este modo de orar es un camino para encontrarnos con Jesús, el Maestro, que nos recuerda quiénes somos y cuál es nuestro sentido.
Lo primero es reconocer nuestros ideales, dónde tenemos las seguridades, cuáles son nuestros valores, qué es lo que nos da esperanza. Poner delante todo aquello que nos define y nos sostiene. Meditar aquello en lo que creemos, por lo que nos despertamos cada mañana, nuestro amor primero. Ignacio de Loyola nos propone hacerlo desde Dios y sus mandamientos: pidiendo Gracia para conocerlos, viendo cómo nos situamos ante ellos y dejando actuar al Señor para mejor guardarlos.
Este modo de orar es un camino para encontrarnos con Jesús, el Maestro, que nos recuerda quiénes somos y cuál es nuestro sentido.
E Ignaciana
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