MUJERES DEL TÉ

Sri Lanka (antigua Ceilán) es el mayor exportador de té del mundo. Y el proceso de recogida es, principalmente, manual y femenino. Cientos de mujeres tamiles recogen en torno a veinte kilos de té al día por apenas dos euros. El té es una de las aportaciones más importantes al Producto Interior Bruto (PIB) srilankés.

Se las puede ver por las plantaciones de las tierras altas, en las colinas de esta isla con forma de lágrima, frágiles y diminutas, vestidas con saris de colores. No paran de cortar las hojas más tiernas con sus manos y echarlas en las cestas que llevan anudadas a la cabeza.

Cuando llenan las cestas, se dirigen en fila india a la fábrica. Siempre caminado por caminos largos y empinados. Quién sabe cuántos kilómetros recorren al día. Allí las espera un hombre: el jefe. Sentadas muy juntas vuelcan sus cestas y eliminan las peores hojas, las más secas, las más estropeadas. El té de Sri Lanka tiene fama mundial y la hoja verde cotiza en la Bolsa de Colombo. No se permite ningún error.

Fueron los británicos, otrora colonizadores de Sri Lanka, quienes sustituyeron las plantaciones de café por las de té, allá en 1870 cuando una plaga diezmó los cafetales y, con ellos, la economía de subsistencia. 

Eligieron para cultivarlos a inmigrantes tamiles de India como mano de obra barata: ellas. Son las que salpican los inmensos campos de té con esos puntitos blancos que nunca dejan de moverse. Son las cestas de rafia que llevan colgadas de la cabeza y a las que van echando las hojas verdes que no cesan de cortar en ningún momento. Son ellas... las que llevan a sus espaldas la economía del país.

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