Que levante la mano el que alguna vez no ha dicho eso de: “El año que viene empiezo a estudiar desde el primer día”. Luego llega el año que viene y vuelves a lo de siempre, posponer la parte árida del estudio, empezar con bastante pereza, e ir apretando a medida que pasan los meses y los exámenes se aproximan. Hasta que te pilla (o casi) el toro, y entonces, cuando combinas agobio, insomnio y preocupación por los resultados, vuelves a decir aquello de “el año que viene…”
En realidad el problema es que el propósito de estudiar desde el primer día pensando en los exámenes está desenfocado. Porque, oye, ya llegará la hora de rendir cuentas de lo estudiado, pero vivir todo el curso en modo “examen” es un poco excesivo, y hasta agónico. Pero lo que no habría que perder de vista es que estudiar es formarse, aprender, crecer… y que es una oportunidad. Tienes por delante un curso en el que, quizás, tu única responsabilidad es aprender. Lo que en muchos contextos es un lujo y un éxito logrado a base de muchos sacrificios personales y familiares, a veces en otros no se valora lo suficiente por darlo por sentado. Pero, ¿no es una oportunidad? Así que, ¿qué propósitos caben respecto a los estudios en un año? Quizás: no quejarse de más, tener la curiosidad y ambición intelectual de leer o formarte más allá del programa exacto de una asignatura, asistir a conferencias, no por los créditos, sino por la oportunidad de aprender de otros, levantar de vez en cuando la mirada y preguntarte qué formación necesitas para desempeñar tu vocación; ser protagonista, y no espectador de tus estudios… todo eso, sí, desde el primer día.
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