ORAR CON MARÍA


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Los medios de comunicación reflejan multitud de situaciones de muerte, que se hallan presentes en la realidad cotidiana. ¿Cómo se abrirá paso el deseo de la vida en medio de tanta herida? 

Dios siempre está a favor de la vida. En Jesús, que nos amó hasta el extremo y en el Espíritu, dador de vida, la vida se recrea constantemente. 
Hombres y mujeres trabajan cada día a favor de la vida, entonan canciones de vida. Cuando lo hacen se parecen a Dios, hacen presente a Dios.
María, es el rostro materno de Dios que refleja la ternura entrañable, la misericordia sin límite, la compasión delicada que vela todo sufrimiento humano.
Lucero del alba, luz de mi alma, santa María. Virgen y Madre, hija del Padre, santa María. Flor del Espíritu, Madre del Hijo, santa María. Amor maternal del Cristo total, santa María

“Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón” (Gn 3,15). “El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz, dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera. Dios a luz un varón, destinado a regir todas las naciones... Y la Mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios” (Ap 12,4-5).

La vocación de toda mujer es la de proteger, cuidar y acompañar la vida, sobre todo en aquellas situaciones en las que se siente más amenazada y desprotegida. Humanamente hablando, lleva las de perder, casi siempre. Pero Dios se pone siempre del lado de la vida, para derrotar la fuerza del mal y de la muerte. Y así lo débil vence a la fuerza. María representa la esperanza de vida que existe en el corazón de todo ser humano, a todas aquellas personas que dan testimonio del bien en la vida, que luchan para que la vida pueda vencer a las fuerzas del mal.

“Jesucristo con su muerte redentora vence el mal del pecado y de la muerte en sus mismas raíces... La que como “llena de gracia” ha sido introducida en el misterio de Cristo para ser su madre... por medio de la Iglesia permanece en aquel misterio como “la mujer” indicada por el libro del Génesis (3,15) al comienzo y por el Apocalipsis (12,1) al final de la historia de la salvación. Según el eterno designio de la providencia, la maternidad divina de María debe derramarse sobre la Iglesia” (RM, 24). “Al hombre contemporáneo, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación y asaltado por aspiraciones inconmensurables, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión, presa de sentimientos de náusea y de hastío, la Virgen María, contemplada en su vicisitud evangélica y en la realidad ya conseguida en la ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte” (Pablo VI, Marialis Cultus, 57). 


Cipecar








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