La paz – shalom – de Jesús es primero que nada un don suyo, nunca es una conquista del hombre, es la donación de la vida que se articula en un sistema de relaciones con Él, Dios, consigo mismo, con las criaturas y con la creación bajo el signo de la plenitud y la perfección. Es la posibilidad de experimentar la misericordia, el perdón y la benevolencia de Dios que nos vuelve capaces, a la vez, de vivir en relación con los demás donándonos a nosotros mismos a través del ejercicio de la caridad y el rechazo a cualquier forma de opresión. En este sentido la paz de Dios como don es inseparable del ser constructores y testigos de paz.
La promesa de paz, que recorre todo el Antiguo Testamento, encuentra su plenitud en la Persona de Jesús, “El es nuestra paz”. Al despedirse de los suyos antes de la pasión, Jesús les deja su paz y luego, como resucitado, reafirma su don: “Paz a ustedes” ). Esta es primero que nada la reconciliación con el Padre, a quien sigue y de quien depende la reconciliación con los hermanos.
A la luz de esta conciencia, san Pablo indica la razón radical que empuja a los cristianos a una vida y a una misión de paz precisamente en el hecho que Jesús destruyó el muro de separación de la enemistad entre los hombres, reconciliándolos con Dios.
Tal reconciliación define las modalidades del ser “trabajadores de paz”, por lo que “la paz no es simplemente ausencia de guerra, ni siquiera un equilibrio estable entre fuerzas adversarias, (GS 78), sino que se funda sobre una correcta concepción de la persona humana y requiere la edificación de un orden según la justicia y la caridad”.
“La paz es fruto de la justicia (cf. Is 32, 17) cuando el hombre se compromete a respetar todas las dimensiones de la persona humana, cuando reconoce lo que se le debe como tal, cuando se cuida su dignidad y cuando la convivencia está orientada hacia el bien común”.
“La paz es fruto de la justicia (cf. Is 32,17), entendida en sentido amplio, como el respeto del equilibrio de todas las dimensiones de la persona humana. La paz peligra cuando al hombre no se le reconoce aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta su dignidad y cuando la convivencia no está orientada hacia el bien común (…). Resulta esencial la defensa y la promoción de los derechos humanos” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia 494).
La justicia es inseparable de la caridad porque la justicia es su “medida mínima” , “corresponde sólo quitar los impedimentos de la paz: la ofensa y el daño; pero la paz misma es un acto propio y específico de caridad” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia 494).
“Por esto la paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios” (PP 76) y puede florecer solo cuando todos reconocen sus propias responsabilidades en su promoción. En este sentido, ese ideal de paz “no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la comunicación espontánea entre los hombres de sus riquezas de orden intelectual y espiritual” (GS 78).
Aleteia
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