«Frágil y enferma», «herida, ofendida, envilecida, marginada, descartada». «Es vida humana» y, como tal, merece el respeto de su «cualidad ética y espiritual», y no ser envilecida como si fuera un elemento de un laboratorio, analizada solamente con base en «aspectos físicos, químicos y mecánicos». El Papa Francisco reflexionó sobre la vida en todas sus fases (la vida «concebida» y la vida «en gestación», la vida «adolescente, adulta, envejecida» y «consumada») con los que participan en la asamblea general de la Pontificia Academia de la Vida, titulada “¿Iguales en el nacimiento? Una responsabilidad global”.
En su largo discurso, el Pontífice insistió en la «irrevocable dignidad de la persona humana» y criticó «el trabajo sucio de la muerte» que cada uno hace «cuando entregamos a los niños a la privación, los pobres al hambre, los perseguidos a la guerra, los viejos al abandono». ¿De dónde viene todo esto? «Viene del pecado», afirmó el Papa. Viene del «mal» que «trata de persuadirnos de que la muerte es el final de cada cosa, que hemos venido al mundo por casualidad y que estamos destinados a acabar en la nada. Excluyendo al otro de nuestro horizonte, la vista se repliega hacia sí y se convierte en un bien de consumo».
Actuando de esta manera, se acaba como acabó Narciso, el personaje de la mitología griega enamorado hasta tal punto de sí mismo que ignoraba el bien de los demás, sin ni siquiera darse cuenta. Y se va difundiendo «un virus espiritual bastante contagioso, que nos condena a convertirnos en hombres-espejo y mujeres-espejo, que solo se ven a sí mismos y nada más». «Es como volverse ciegos a la vida y a sus dinámicas, en cuanto don recibido de otros y que exige ser puesto en circulación responsablemente por los demás», afirmó Francisco
Como remedio propuso una «bioética global» que tenga en cuenta una «visión holística de la persona», empezando por la aceptación del propio cuerpo, que «nos pone en una relación directa con el medio ambiente y con los demás seres vivos». «La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como don del Padre y casa común; en cambio, la lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la Creación», denunció el Pontífice.
Entonces, hay que «aprender a acoger el proprio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados»: esto es «esencial para una verdadera ecología humana», insistió Bergoglio. «También apreciar el propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesario para poder reconocerse a sí mismos en el encuentro con el otro o diferente de sí».
En este sentido, se necesita «un cuidadoso discernimiento de las complejas diferencias fundamentales de la vida humana: del hombre y de la mujer, de la paternidad y de la maternidad, de la filiación y de la fraternidad, de la sociabilidad y de las diferentes edades de la vida». Así como de «todas las condiciones difíciles y de todos los pasajes delicados o peligrosos que exigen especial sabiduría ética y valiente resistencia moral: la sexualidad y la generación, la enfermedad y la vejez, la insuficiencia y la discapacidad, la privación y la exclusión, la violencia y la guerra».
«La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque ahí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sacra, y lo exige el amor por cada persona más allá de su desarrollo», insistió el Pontífice argentino. Igualmente sacra es «la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, en el abandono, en la exclusión, en la trata de personas, en la eutanasia oculta de los enfermos y de los ancianos privados de cuidados, en las nuevas formas de esclavitud y en cualquier forma de descarte».
Animando el trabajo de la Academia de la Vida, el Obispo de Roma subrayó que «la sabiduría que debe inspirar nuestra actitud para con la “ecología humana”» requiere «considerar la cualidad ética y espiritual de la vida en todas sus fases».
En los laboratorios «de biología se estudia la vida con instrumentos que permiten explorar sus aspectos físicos, químicos y mecánicos». Es un estudio «importantísimo e imprescindible», observó, pero no es suficiente. Debe ir acompañado e integrado «con una perspectiva más amplia y más profunda, que requiere atención por la vida propiamente humana, que irrumpe en el escenario del mundo con el prodigio de la palabra y del pensamiento, de los afectos y del espíritu».
El «trabajo sucio» de la muerte, «sostenido por el pecado», debe ser contrarrestado con el «trabajo “bello” de la vida», que no es más que la «generación de una persona nueva, la educación de sus cualidades espirituales y creativas, la iniciación al amor de la familia y de la comunidad, el cuidado de sus vulnerabilidades y de sus heridas».
De esta manera se podrá llegar a una «visión global de la bioética» que «no se mueva a partir de la enfermedad y de la muerte para decidir el sentido de la vida y definir el valor de la persona. Será movida, más bien, por la profunda convicción de la irrevocable dignidad de la persona humana, tal y como Dios la ama, dignidad de cada persona, en cada fase y condición de su existencia, en búsqueda de las formas del amor y del cuidado que deben dirigirse a su vulnerabilidad y a su fragilidad».
El enfoque es el de la «ecología integral», sublimado en la «Laudato si’», que indica sus puntos más importantes: «La íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta; la convicción de que todo en el mundo está íntimamente conectado; la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología; la invitación a buscar otras maneras de comprender la economía y el progreso; el valor propio de cada criatura; el sentido humano de la ecología; a necesidad de debates sinceros y honestos; la grave responsabilidad de la política internacional y local; la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida».
Francisco concluyó afrontando la «seria cuestión» del último destino de la vida. Pidió, al respecto, una mirada más atenta: «Hay que interrogarse más profundamente sobre el destino último de la vida, capaz de volver a dar dignidad y sentido al misterio de sus afectos más profundos y más sacros. La vida del hombre, tan bella que encanta y tan frágil que muere, va más allá de sí misma: nosotros somos infinitamente más de lo que podemos hacer por nosotros mismos. Pero la vida del hombre es también increíblemente tenaz, por una misteriosa gracia que viene desde lo alto, en la audacia de su invocación de una justicia y de una victoria definitiva del amor. Y es incluso capaz (esperanza en contra de toda esperanza) de sacrificarse por ella, hasta el final».
Reconocer y apreciar esta «fidelidad» y esta «entrega a la vida», concluyó Francisco, además de suscitar «gratitud y responsabilidad», debe animar «a ofrecer generosamente nuestro saber y nuestra experiencia a toda la comunidad humana».
Ciudad DEL VATICANO
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