María es Madre, madre de los discípulos reunidos en oración a la espera del Espíritu Santo, madre que consuela a sus hijos en las primeras fatigas evangelizadoras, apareciendo ante ellos como Pilar de fortaleza y como madre que intercede silenciosamente por sus hijos en medio de las persecuciones diarias.
Hoy la Iglesia sigue siendo perseguida con la misma virulencia de los primeros siglos y necesitamos de nuestra buena Madre que acaricie nuestra frente, nos refresque en el trabajo diario y nos ayude para seguir comunicándole al mundo una Buena Nueva que es capaz de alegrar el corazón de todos los hombres de todos los tiempos, recurramos a ella, siempre recurramos a ella, no hay forma de errar si nos dejamos guiar por su tierna presencia.
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