Otto Franck



Era una suerte de trastero. Los holandeses lo llaman algo así como achterhuis, una palabra en la que Huis significa 'casa' y achter 'atrás' o 'detrás'. Suena hasta bonito. 'Anexo' sería la traducción al castellano, pero ningún ser humano viviría allí más de una semana. Los Frank –Otto, Edith, Margot y Ana– junto con otra familia amiga y un refugiado, todos judíos, se escondieron durante 22 meses en un espacio compuesto por tres habitaciones de distinto tamaño y un cuarto de baño al que se accedía mediante una puerta oculta detrás de un armario. Todo parecía salir bien hasta que, quizás por casualidad y con la Guerra a punto de acabar, las SS descubrieron su escondite.

Otto Frank era un hombre culto. Estudió en la Universidad de Heidelberg, una de las más prestigiosas del país. Sirvió durante la Primera Guerra Mundial. Ascendió a teniente y llegó a ser condecorado con la Cruz de Hierro, una de las distinciones más altas de su país. Al acabar la Gran Guerra se casó con Edith Höllander, con la que tuvo dos hijas, Margot y Ana. Los Frank se convirtieron en una familia de clase media acomodada, pero eran judíos. La llegada de los nazis al poder, en 1933, cambió la vida de millones de alemanes. Los Frank decidieron entonces emigrar a Holanda. El padre de familia consiguió pronto trabajo en una empresa de exportaciones y comenzaron una nueva vida. Pero en 1940, los nazis invadieron Holanda en tan solo una semana. Para Otto y su familia la pesadilla comenzaba de nuevo.

Todos hemos leído algo sobre el Diario de Ana Frank, la narración que hizo esta joven judía de sus dos años de encierro en un pequeño trastero junto a su familia y otros refugiados. También conocemos su triste final, el de su hermana y su madre. Todos murieron, junto con la familia amiga y el refugiado con los que compartían escondite. Otto Frank fue el único superviviente de aquel trastero que durante dos años fue un refugio de vida en medio de una ciudad ocupada.

La muerte de un ser querido te arranca una parte de ti. No vuelves a ser el mismo. Hace falta tiempo, paciencia y lágrimas para que la vida vuelva a la normalidad de antes, sabiendo que esa normalidad, nunca será la misma. La vida de Otto Frank cambió radicalmente tras la Guerra pero decidió no dejarse llevar por el odio, por el resentimiento o por el rencor. Siempre tuvo palabras de agradecimiento a las personas que le ayudaron durante la época en la que pasó escondido junto a su familia. Al recoger el diario de su hija, Frank decidió publicarlo con el objetivo no tanto de dar a conocer el sufrimiento del holocausto sino para luchar en un futuro contra el racismo, el antisemitismo y la xenofobia.

Muchos años después Otto Frank visitó el escondite. Es imposible saber qué pensó al volver a aquel lugar. Quizás vio cómo la vida, a pesar de todo, aparentemente débil, se sigue abriendo paso a través de tanta muerte.

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